Columna de Jorge Claro: La nueva constitución
Chile ya decidió qué hacer en relación con la nueva Constitución: redactarla de nuevo y hacerlo bien. Ahora, hay que apurar el tranco para definir “cómo” se desarrollará ese proceso.
Estamos ante uno de los desafíos mayores de nuestra historia y en un momento económico y social especialmente adverso. La inversión privada es difícil que vuelva mientras no se sepa cómo será la nueva. Ya vimos como varios proyectos están detenidos a la espera de una mayor claridad, tras casi cuatro años de incertidumbre para nuestro país, que partió con el estallido social y que se mantiene hasta hoy. La ciudadanía también lo ha resentido y la confianza está en su peor nivel.
Es claro entonces que hay una urgencia y que la definición de la forma para redactar la nueva constitución debe avanzar y hacerlo mediante un proceso rápido y coherente con lo que la mayoría de los ciudadanos quiere: sin extremos ni posiciones refundacionales y con diálogo transversal.
¿Cómo hacerlo? Algunas ideas de setido común que podrían ayudar en este propósito.
1.- No insistir en un nuevo órgano constituyente o convención constitucional. Para eso está el Congreso, quien debe asumir con responsabilidad esta tarea. No tiene sentido duplicar esta opción otra vez en personas desconocidas, sin preparación política ni técnica.
2.- Expertos propuestos por los rectores de las universidades acreditadas. Decidir que quien redacte el nuevo texto sea un grupo pequeño de especialistas, de alto nivel, prestigio, excelencia e independencia. Estos deberían ser electos por el Congreso dentro de un conjunto de profesionales y académicos propuestos por los rectores de las universidades acreditadas de nuestro país. Un documento complejo y fundamental, como lo es una Constitución, no puede ser redactado por un grupo numeroso de personas no especializado en estas materias. No experimentemos nuevamente.
3.- La hora del Congreso. Que sea el Parlamento quien asuma el rol de organismo constituyente, que no evada esta responsabilidad que le corresponde por mandato. Y que lo haga por medio de un conjunto pequeño de parlamentarios electos internamente, quien será el que interactúe con el órgano redactor y así oriente su acción. Ambos grupos deberán trabajar unidos y presentarle sucesivos estados periódicos de avance de su trabajo al Congreso pleno, quien deberá contemplar instancias para proponer cambios, correcciones y adiciones a los diferentes borradores que se le presenten.
4.- Cerrar el círculo. Finalmente, se espera que el texto final que se entregará al Congreso para su aprobación o rechazo definitivo concite un amplio acuerdo, por tratarse de una Constitución que genera certezas, orden, unión y estabilidad para los habitantes de nuestro país. Por ello, una vez aprobado por el Parlamento –entidad electa por los ciudadanos precisamente para jugar un rol político- debería procederse a plebiscitarla y así comenzar a funcionar dando por cerrado este tema.
5.- Trabajar, trabajar, trabajar. Paralelamente y mientras este proceso va en marcha todos tenemos que volcarnos a generar valor social y económico para un mejor Chile. Hay problemas que no pueden esperar y el Gobierno debe tomar acción, dejando en manos del Congreso el tema constituyente y dedicándose a gobernar.
El control de la violencia, la delincuencia y del narcotráfico no pueden esperar y para este objeto no se requiere esperar a una nueva Constitución. Lo mismo sucede con las demás políticas públicas que solucionarán los problemas urgentes que nos aquejan, en temas como salud o previsión.
Es importante que esta vez el Gobierno actúe de forma imparcial y confíe en que el resultado será razonable y representativo de lo que la mayoría de la ciudadanía espera, respetando su voz. Mientras, los parlamentarios deben actuar con rapidez y diligencia, pero también en consecuencia, con el abrumador apoyo al rechazo de constituciones ideologizadas y refundacionales del Chile que representan. No volvamos atrás y apliquemos el aprendizaje de lo vivido.
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