Columna de José Antonio Guzmán C.: La universidad serena
Hay una pregunta que apenas se ha planteado en la discusión sobre los dolorosos acontecimientos ocurridos hace cincuenta años: ¿qué sucedió entonces con las universidades? La respuesta no admite muchas dudas: fueron un campo de batalla más en la lucha ideológica entre los bandos en pugna. Incluso quienes, por nuestra edad, no teníamos conciencia política en esa época, asociamos esos años universitarios con huelgas, tomas y agresiones recíprocas de todo tipo.
¿Podría haber sido de otro modo? Ciertamente era muy difícil que el mundo académico se sustrajera a la grave fractura social que dividía a Chile, una división de los espíritus tan profunda que, en comparación, hace que la polarización actual sea casi anecdótica. No es porque no debamos tomarla en serio, sino porque las circunstancias de esa época y el encono con el que se enfrentaron las distintas posiciones tuvieron un carácter único.
No se trata solo de que las universidades hayan sido un mero reflejo de lo que ocurría en la sociedad. Sucede que, por entonces, primó una idea del quehacer académico que dejó a esas instituciones completamente inermes ante los avatares de la realidad exterior. Se asumió como un dogma indiscutible que las universidades eran la conciencia crítica de la sociedad y, en muchos casos, que ellas constituían una instancia transformadora de las estructuras.
Cuando se tiene esa concepción puramente instrumental de la universidad resulta imposible sustraerse a las lógicas imperantes en el resto de la sociedad, aunque hoy nos parezcan francamente irracionales. No se puede negar que hubo notables excepciones, personas que en Chile desempeñaron un papel como el de Raymond Aron en la Francia de los años sesenta, que apostaron a la fuerza de la razón, al valor del diálogo y los argumentos bien fundados. Pero fueron voces aisladas, vistas como una anomalía: la más conocida fue la del filósofo Jorge Millas. En una época marcada por la agitación, ellos fueron los exponentes de la universidad serena.
La cuestión que las universidades de entonces no supieron o no pudieron responder es muy importante y actual: ¿no existe, acaso, un modo específicamente universitario de aproximarse a los problemas de la sociedad, diferente al que es propio de un partido político o un movimiento social?
No es casual que los representantes de la universidad serena hayan sido incómodos no solo en el tiempo que precedió al 11 de septiembre de 1973, sino también en el periodo posterior. Su independencia de juicio no calzaba con las divisiones simplistas entre buenos y malos con las que Chile se manejó durante largo tiempo. Millas no estaba de acuerdo con la universidad “comprometida” de fines de los sesenta y comienzos de los setenta, pero no dudó en denunciar lo que llamó “la universidad vigilada”, lo que le acarreó múltiples sinsabores. El único compromiso que puede tener la universidad serena es la búsqueda infatigable de la verdad en un ambiente de respeto y libertad.
Por José Antonio Guzmán C., rector de la Universidad de los Andes
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