Columna de José Antonio Valenzuela: El famoso “modelo de desarrollo”

Litio


Ha sido fácil ponerse de acuerdo en que la economía chilena está estancada, pero no en qué explica ese estancamiento. De momento son muchos en el oficialismo quienes creen que los dardos deben apuntarse a nuestro modelo económico que tildan de “extractivista”. Mucho cátodos de cobre o carbonato de litio, nada de chips para computadores ni baterías eléctricas. Señalan que nos falta una industria que permita que lo que ofrecemos al mundo sea más “sofisticado”.

¿Debemos abandonar la ruta que venimos transitando desde hace años? ¿Son las ventajas comparativas una excusa para no lanzarnos como país a la confección de productos complejos que a su vez se venden más caros? Quienes creemos que la respuesta a ambas preguntas es un rotundo “no” tenemos dos cosas que decir al respecto.

En primer lugar, este está lejos de ser un modelo destinado al fracaso. Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Noruega, son todos países ricos que han seguido modelos exportadores que les han permitido crecer, recaudar y entregar mejores servicios sociales a sus ciudadanos. Junto con eso han incorporado ciencia e innovación para complejizar estos modelos, pero no a través de cambiar los productos que venden, sino mejorando sus procesos “aguas arriba”, y generando mercados secundarios que habilitan economías activas y pujantes.

Es posible desarrollarse con un modelo exportador de materias primas, la experiencia así lo demuestra, y es también lo que la ciudadanía cree. En la segunda entrega del estudio Valor Productivo que consideró 2.000 casos, un 56% de los encuestados declara que “es posible para Chile ser un país desarrollado exportando materias primas”. En contrapartida, sólo un 31% cree que “mientras Chile exporte materias primas nunca va a poder ser un país desarrollado”.

No son personas sin compromiso ambiental: un 76% señala que “es posible producir materias primas protegiendo el medioambiente”. Tampoco son defensores del empresariado: las mujeres, grupo que más se identifica con la conveniencia del modelo exportador chileno (60% versus un 51% masculino), es también el segmento que evalúa de forma más severa las industrias específicas. Tampoco es que el discurso “anti-extractivista” sea una mina de oro electoral para el progresismo. Mientras que un 60% de las personas de derecha dicen que es posible llegar al desarrollo con nuestro modelo económico, más de un 52% de las personas de izquierda piensan lo mismo. ¡El vilipendiado “extractivismo” es mayoritario entre las personas que se declaran de izquierda! Quién lo habría pensado.

Esto es importante, porque si dejamos de pelear sobre el “modelo” resultará más fácil ponerse a trabajar conjuntamente en las políticas públicas necesarias para habilitar la inversión en estas industrias. Chile tiene un potencial enorme que se está desaprovechando, y estas áreas son a la vez las que permitirán enfrentar de forma decidida el cambio climático y cumplir las metas ambientales que nos hemos trazado.

Algunas de esas políticas públicas son reducir los permisos de modo que podamos aumentar las faenas de cobre que permitan satisfacer la enorme demanda que la electromovilidad generará. El tránsito al transporte eléctrico exige también hacer concesible el litio, o generar un marco jurídico de licitaciones abiertas y competitivas que nos permitan explotar más que el único salar de litio que se explota en Chile hace décadas. Podríamos destrabar la acuicultura nacional, para así proveer salmón a una población mundial que crecerá en más de dos mil millones al 2080 y que demandará cada vez más proteína animal limpia, distinta al contaminante vacuno.

Por último, ser capaces de aprovechar las privilegiadas condiciones naturales de nuestro maravilloso país que nos permiten ser de los productores más baratos de energía limpia. Quizás así podremos alojar en el futuro buena parte de los data centers e infraestructura digital que requerirá el planeta, y que nos permitirá transformarnos en una potencia digital. Puede ser ahí donde converjan la anhelada “complejidad económica” del progresismo con la idea de aprovechar las ventajas comparativas que plantean los liberales, de modo de destrabar nuestro crecimiento económico. Para eso sería bueno dejar atrás las trifulcas sobre el famoso “modelo de desarrollo”. Los datos parecieran decirnos que ese es el camino.

Por José Antonio Valenzuela, director de Incidencia de Pivotes