Columna de José Miguel Ahumada: Karl Polanyi, el economista como profeta
Hace exactamente 80 años, en plena segunda guerra mundial, un enigmático economista y antropólogo de Viena, que trabajaba en un programa de educación para adultos trabajadores en Londres, publicó un libro denominado La Gran Transformación.
El autor, Karl Polanyi, buscaba con el libro dar una explicación de las causas profundas del derrumbe del orden económico y político internacional liberal del periodo. La emergencia del fascismo, la ola proteccionista de los países europeos, las dos guerras mundiales y la crisis financiera de 1929 (con su consiguiente impacto en toda Europa), eran nítidos ejemplos del ocaso de dicho orden.
La arquitectura del siglo XIX de libre comercio, patrón oro y apertura financiera, habían logrado, por primera vez, la emergencia de una robusta economía internacional: el comercio había saltado de representar alrededor de un 17% de la producción mundial en 1870 a 30% a principios del siglo XX y el ingreso per cápita en Europa se había duplicado. ¿Qué podía explicar el fin violento de este orden?
Algunos asociaban ese derrumbe a la emergencia de ideologías nacionalistas y proteccionistas, que minaban esta arquitectura, a través de la instrumentalización de clases trabajadoras que no veían aumentar sus ingresos al ritmo en que crecía la economía. La novedad de Polanyi es que presenta una tesis completamente opuesta: las semillas del derrumbe del orden liberal emergieron de su propia premisa. Para entender la crisis del orden liberal del siglo XX, señaló Polanyi, había que regresar a la Inglaterra del siglo XVIII.
El orden liberal tenía como objetivo transformar al mercado en la institución que determinara las formas de producción y distribución de los activos materiales de la sociedad. Ante eso, Polanyi advertía que hacer depender la base material de una sociedad al mercado implicaba, en último término, someterla a dicho mecanismo. De ahí Polanyi afirma que el liberalismo, finalmente, busca transformar la economía de mercado en una completa sociedad de mercado. Sin embargo, sentenció el economista, aquel proyecto era una utopía imposible, no podía realizarse sin minar al mismo tiempo las propias bases materiales de la sociedad misma.
La creación del mercado laboral libre podía permitir mayores niveles de control y eficiencia en la producción, pero al enorme costo de dejar a los trabajadores a la intemperie social y carentes de mecanismos de protección ante los vaivenes de la economía. La liberalización del mercado de capitales podía implicar mayor flujo de activos financieros entre países, pero con la enorme consecuencia de abrir paso a burbujas financieras especulativas y la multiplicación de su impacto negativo en los países, como vaticinó Keynes. La liberalización del comercio, por su parte, podía crear una economía internacional más densa, pero al costo de desindustrializar regiones enteras y presionar a un crecimiento de las desigualdades dentro de los países (algo que incluso economistas neoclásicos como Paul Samuelson reconocieron posteriormente). Finalmente, la mercantilización y privatización de territorios permitía el aumento de la producción de bienes básicos e insumos para la industria, pero al costo de una explotación ambiental insostenible.
Los economistas liberales veían en esa expansión del mercado un proceso natural y espontáneo de las fuerzas del autointerés de los actores económicos. La resistencia, los muros de contención y las protecciones sociales contra esa expansión, por su parte, eran señalados como arbitrarias y artificiales interferencias a ese mecanismo natural y eficiente. Polanyi vio exactamente lo contrario: la expansión del mercado a tantas áreas de las sociedades no pudo haber sido ‘natural’, sino que impuesta y creada a partir de las instituciones del Estado. Fueron los gobiernos quienes forzaron la creación de una fuerza de trabajo libre, de una apertura indiscriminada del comercio, y una privatización de las tierras. Las mercancías que fluían en el mercado no eran espontáneas, sino ficticias, artificialmente creadas a partir del Estado.
Lo que sí fue espontáneo y natural, señaló Polanyi, fueron las crecientes resistencias a esta utopía. Y, advirtió, estas resistencias podían tomar un cariz progresista o reaccionario. La ola proteccionista de los países era una consecuencia bastante espontánea ante sectores completos hundidos ante el mercado internacional. La politización e inestabilidades políticas de Europa era una consecuencia esperable de una clase trabajadora expuesta y desprotegida ante el mercado, que exigía derechos que la protegieran y que se encontraba con la reacia respuesta de economistas liberales. El derrumbe del Patrón Oro era inevitable ante una sociedad que ya no aceptaba que los gobiernos mantuvieran sus compromisos monetarios internacional, sin poder hacer uso de políticas monetarias y fiscales para resolver el desempleo.
La conclusión de Polanyi era, por tanto, que la ola proteccionista, nacionalista, el espiral bélico y la crisis financiera, eran una consecuencia natural de una utopía imposible, como era la creación de una sociedad internacional de mercado. La tarea de la política progresista era, así visto, elaborar una estrategia que pudiera conducir y articular esas respuestas espontáneas en torno a un proyecto democrático, impidiendo que ese descontento fuera conducido hacia el fascismo y la guerra.
La historia no se repite, pero rima. La incapacidad de la actual sociedad internacional liberal de garantizar la paz, frenar a la ultraderecha, parar una creciente guerra comercial, e impedir un derrumbe del orden comercial internacional, requiere volver a identificar sus causas profundas. Causas que, como profetizó Polanyi, podrían estar en el corazón mismo del orden liberal contemporáneo.
Por José Miguel Ahumada, académico del Instituto de Estudios Internacionales, U. de Chile.
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