Columna de José Miguel Ahumada: la crisis estructural del Norte Global



Hace 15 años, haber dicho que el Norte Global y su orden internacional iban a entrar en una profunda crisis estructural era exótico. Nada más firme, se decía, que la robusta arquitectura económica que había permitido que el comercio saltara de equivaler a un 30% del producto mundial en 1990, a un 50% el 2010. Es verdad, había crisis financiera y comenzaban las medidas de austeridad en Europa. Sin embargo (se sentenciaba con solemnidad), la crisis no tenía relación con la arquitectura comercial, y la austeridad era una medida, si bien dolorosa, racional para una población acostumbrada a vivir por sobre sus capacidades. Ya se verán, se afirmaba, los resultados positivos de esa austeridad en términos de recuperación de la inversión, el empleo y el crecimiento.

Hoy, ya ni los antiguos promotores del orden liberal se atreven a defenderlo. Martin Wolf, editor económico del Financial Times, pasó de defender la globalización como sinónimo del progreso y el bienestar, a denunciar la crisis del capitalismo democrático y el crecimiento de formas rentistas de acumulación en el mundo desarrollado. Jeffrey Sachs, el antiguo líder de las terapias de shocks, hoy denuncia abiertamente los resultados de las recetas neoliberales en el mundo en desarrollo. Contrario a lo esperado, las políticas de austeridad han generado una década económica perdida en Europa y Estados Unidos, donde ni las masivas compras de activos financieros de la FED y el BCE lograron impedir tal derrumbe. Los principales resultados de esas políticas han sido el aumento de las desigualdades y, como ha sostenido Clara Mattei, el crecimiento de los movimientos nacionalistas reaccionarios. ¿Acaso no hay una conexión entre el Rust Belt en EE.UU., la despreocupación por la desindustrialización de demócratas y republicanos, y el surgimiento del populismo de Trump?, ¿o el boom de la ultra derecha en Francia luego de décadas de austeridad europea lideradas por la derecha y la socialdemocracia?

Pero aquellos no son los únicos problemas del Norte Global. Este última, tras décadas de promover una agenda liberal a nivel nacional, bilateral y multilateral, está experimentando un problema cuyos efectos se despliegan en forma menos visible, pero que es igual o más profundo que las problemáticas anteriores. El neoliberalismo y la apertura comercial generó tres efectos en las regiones centrales: 1) desindustrialización interna, 2) desmantelamiento del Estado y su capacidad empresarial y 3) la entrega del control de la inversión agregada a las empresas privadas. Esto implicaba que el qué producía la economía, hacia dónde invertían los capitales y a qué ritmo se realizaba, quedaban sujetos al arbitrio de burocracias privadas cuyos cálculos derivaban de sus expectativas de ganancia en el contexto de la competencia de mercado. Aquello no era un problema, se decía. Mal que mal, sus intereses privados de maximización, si quedaban sujetos a la competencia, se alinearían (cual mano invisible) con el interés social.

Hoy el Norte Global no solo experimenta sus propias crisis internas, sino el desplazamiento de su capacidad industrial hacia China. Desde hace décadas, la producción de semiconductores, de servicios tecnológicos, de industria automotriz, de tecnologías verdes (baterías de litio, paneles solares, autos eléctricos, etc.) se han desplazado a China, ante la completa despreocupación e inercia de las elites liberales. Y con ello se desplaza su poder e influencia internacional. En efecto, y de acuerdo con el Índice Hamilton, que mide la competitividad de 10 sectores intensivos en conocimiento, China está un 70% más especializada que Estados Unidos en las industrias avanzadas. Para igualar la especialización de China, Estados Unidos tendría duplicar la producción de todas las industrias de Hamilton excepto los servicios de TI.

China ha logrado esto porque, desde hace tres décadas, ha coordinado y redirigido públicamente masivas inversiones hacia esos sectores de punta, a través de financiamiento público, manejo estratégico de su política monetaria, políticas industriales, reglas de transferencia tecnológica a inversiones extranjeras, uso flexible de patentes, etc.

Hoy EE.UU. y Europa buscan recuperar ese liderazgo perdido, con medidas como el IRA, el Chip Act, el aumento de aranceles, el Pacto Industrial verde de la UE, etc. Pero, y he ahí su problema estructural, esas medidas no pueden lograr, por sí mismas, ni a la escala ni el ritmo de inversiones necesarios para vencer su competencia. Su desindustrialización ha sido tan profunda, que para su recuperación se requeriría una masiva relocalización de esas industrias. Se requeriría tener un tejido productivo interno (de proveedores especializados, cadenas de suministro, y aglomeraciones industriales) que hiciera rentable la vuelta de los capitales a su territorio, o un Estado lo suficientemente robusto para forzar ese cambio productivo.

Pero treinta años de neoliberalismo los han hecho carecer precisamente de ambos elementos. ¿Por qué los productores privados de semiconductores desearían volver a EE.UU. si sus tasas de rentabilidad les señalan mantenerse en Asia?, ¿por qué la industria de automóviles eléctricos desearía retornar a EE.UU. solo por un subsidio condicionado a no comerciar con China, si este último ya les ofrece aglomeraciones industriales sólidas y la más grande infraestructura y demanda efectiva del mundo, forjadas al calor de décadas de apoyo público?

En efecto, un Estado raquítico tiene pocas chances de ofrecer la escala de incentivos necesarios para atraer capitales privados, cuya máxima es la rentabilidad. Y es que el capital no sabe de razones geopolíticas. Así visto, el Norte Global no solo vive una profunda crisis interna, sino que experimenta una incapacidad estructural de poder recuperar hoy lo que durante treinta años dejaron a manos de la rentabilidad privada.

Por José Miguel Ahumada, Instituto de Estudios Internacionales, U. de Chile

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