Columna de José Miguel Ahumada: Volver a la economía política
La semana del 22 de julio tuvo lugar la Escuela de Invierno “Tópicos Avanzados de Economía Política”, organizada por la Red International Development Economics Associates Network (IDEAs Network) y el Instituto de Estudios Internacionales (IEI) de la Universidad de Chile. Esta Escuela contó con la participación de 50 estudiantes de Chile, Perú y Bolivia, y tuvo como objetivo presentarles una serie de temáticas, teorías y aproximaciones que tradicionalmente están marginadas de la reflexión económica. Por ejemplo, se realizaron sesiones sobre economía feminista, economía ecológica, el rol de las instituciones en la economía, políticas industriales, teorías alternativas de crecimiento, teorías heterodoxas sobre el comercio internacional y talleres sobre la historia del pensamiento económico.
¿Por qué un curso de estas características? ¿por qué ahora? Es verdad que las políticas económicas siempre reflejan un compromiso de intereses, pero no son solo eso. La política económica es más que un simple destilado de intereses desnudos. Es también un resultado de las visiones normativas sobre la sociedad y la economía hegemónicas en una sociedad. Es famosa la declaración de Keynes cuando señalaba que los tomadores de decisiones económicas que se autodescriben como técnicos y eximidos de cualquier influencia teórica o normativa, no son más que presos inconscientes de las ideas de economistas muertos hace tiempo.
De esta forma, las ideas económicas dominantes establecen la naturaleza y límites de la acción pública, en tanto establecen el vocabulario a través del cual se justifican las políticas ante la sociedad. Hoy una muy particular visión económica dominante es la que ha legitimado la agenda de liberalización comercial, financiera, desregulación de la inversión extranjera, reducción del gasto público y privatizaciones. Luego de tres décadas de esta agenda, los resultados han sido desalentadores, tanto para las regiones desarrolladas como subdesarrolladas. La idea de dejar que el mercado seleccione las áreas de competitividad de las naciones, movidas por las ventajas comparativas estáticas, hizo que las elites políticas de EEUU y la UE se despreocuparan por la intensa desindustrialización que experimentaron durante décadas. La idea de permitir libertad en los flujos financieros abrió a la crisis del 2008 que, producto de una idea de un Estado neutral, impidieron que la acción pública pudiera frenar una década de estancamiento. La idea de que el ingreso deriva de la productividad marginal de cada productor hizo que la creciente desigualdad entre clases fuera un tema de menor importancia. ¿Resultado? Una profunda crisis de legitimidad de la democracia y una economía estancada.
Las regiones subdesarrolladas no han podido, con esa agenda, cerrar brechas con el mundo industrializado. Por el contrario, las ideas importadas del Norte Global han generado un crecimiento de la deuda, inestabilidades financieras, y reprimarización de sus canastas exportadoras. La idea de comprender la naturaleza como únicamente un factor productivo más a ser adquirido en un mercado, ha generado décadas de despreocupación con el medio ambiente, abriendo la puerta a una emergencia climática como la que vivimos hoy.
Lo anterior hace urgente repensar el vocabulario con el que pensamos la dimensión económica. Urge una economía: (i) que integre una visión dinámica de la tecnología y las instituciones (como nos enseñara Schumpeter y Veblen), (ii) que integre el rol de la incertidumbre y el rol activo del Estado para redirigir inversiones hacia áreas óptimas (como enfatiza Keynes), (iii) que ponga el énfasis en los límites de la acumulación y el rol inherentemente conflicto del mismo (como nos recuerda el marxismo), (iv) que recuerde que no es lo mismo producir celulosa que producir semiconductores (como enseña el estructuralismo y la teoría evolucionista), (v) que entienda los límites ecológicos de la economía, y (vi) que reconozca la dimensión reproductiva y de cuidados sobre la cual se sostiene la esfera monetizada de la economía (como enfatizan la economía feminista y ecológica).
Es solo sobre una visión ecléctica y creativa, que sepa conjugar diferentes escuelas y visiones, que se puede pensar una economía flexible, pragmática y que, superando ortodoxias, pueda volver a ser una disciplina práctica para los desafíos que tenemos hoy.
Por José Miguel Ahumada, Instituto de Estudios Internacionales de la U. de Chile.
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