Columna de José Miguel Ahumada: Cuando el sur global sacó la voz

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Cuando el sur global sacó la voz.


Hace exactamente 50 años, en un contexto de una profunda crisis de la arquitectura económica internacional, se discutía en la Asamblea General de las Naciones Unidas la crisis del petróleo y sus posibles soluciones. La OPEC había aumentado el precio del petróleo a niveles que los países desarrollados consideraban insostenible, y exigían que retornaran a precios ‘razonables’. Los países petroleros, de recientes experiencias de descolonización, habían nacionalizado sus industrias del crudo, y establecieron su propio cartel para contrarrestar el poder de mercado que tenían las principales empresas de procesamiento y refinamiento del norte global.

El entonces presidente de Argelia y líder del G77, Houari Boumédiène, convocó a la Asamblea General a discutir, entre todos sus miembros, un posible acuerdo internacional que resolviera esa tensión. La jugada fue brillante: mientras EEUU quería que el asunto se resolviera a puertas cerradas entre los países petroleros y las economías desarrolladas, Boumédiène forzó a que el tema se discutiera en un espacio público, horizontal, y donde cada país tuviera la misma voz y voto.

La discusión que se abrió en esa Asamblea rompió los límites del tema que, formalmente, se iba a tratar. Los países Latinoamericanos reivindicaron el principio de la soberanía permanente de los recursos naturales. Por principio, todo recurso natural debía ser, ante todo, de la sociedad y de sus instituciones, los Estados. Solo a partir de esa propiedad común podían los gobiernos optar por acuerdos de producción con actores privados. Tal como un ciudadano no puede vender su voto porque, de hacerlo, pierde inmediatamente su autonomía política, los países pobres no podían ceder al capital transnacional sus principales activos económicos (sus recursos naturales colectivos), porque aquello implicaría, inmediatamente, la pérdida de su soberanía material, base de su soberanía política.

Deng Xiaoping, entonces vice-premier del Consejo de Estado de China, sintetizó esa idea en la Asamblea: ‘En último término, sin independencia económica no hay independencia política’, señaló. Y esa independencia económica implicaba no solo el control público de los recursos naturales, sino que los gobiernos pudieran desplegar sus propias capacidades tecnológicas, sin estar sujetos a lazos verticales y de dependencia con potencias colonizadoras (curiosidades de la historia: esa misma idea lo planteó en 1794 Alexander Hamilton para defender el derecho de Estados Unidos a su propia industrialización).

Los países africanos exigieron también que las inversiones extranjeras se comprometieran a transferir tecnológicas a los territorios donde llegaban, de forma que, si deseaban extraer rentas del sur global, por lo menos colaboraran con su desarrollo. A su vez, todos los países pobres exigieron que el norte global bajara sus altos aranceles a los productos agrícolas y básicos, con el fin de garantizar verdaderamente la propia promesa del orden económico multilateral: un comercio libre entre naciones.

Esta serie de ideas fueron condensadas en un llamado general de los países del Sur Global: era momento de crear un Nuevo Orden Económico Internacional (NIEO), que impidiera que los países ricos cayeran en una guerra comercial inconducente, pero que también impidiera que se mantuviera una arquitectura liberal económica que profundizaba las brechas entre los países ricos y pobres. La propuesta se materializó en una declaración por el NIEO mayoritariamente aprobada, y un Plan de Acción.

Por primera vez en la historia internacional, los países de Africa, Latinoamérica y Asia habían logrado unir sus agendas y proponer una arquitectura económica nueva, el NIEO. Aprovechando que los países petroleros habían, temporalmente, puesto una gran amenaza al norte global con su cartel petrolero (ganando poder de mercado y equilibrando el poder de negociación con las empresas del norte), los países pobres lanzaron una agenda de cambio en la arquitectura global de comercio.

La propuesta, sin embargo, se diluyó en los años siguientes: los países ricos quebraron la OPEC y la crisis de los 1980s hundió al sur global en un estancamiento profundo, dejándolos sin poder de negociación. Pero eso no impide ver la hazaña que lograron en su momento y, más importante, el eco que esa experiencia brinda hoy.

Estamos hoy en el medio de una crisis del orden multilateral de comercio, junto al inicio de una guerra comercial global y en medio de una emergencia climática. Europa y EEUU levantan barreras al comercio en todos sus frentes (aranceles y barreras a los flujos de capital) y buscan asegurarse la provisión de minerales críticos del sur global, junto con intentar bloquear el desarrollo de China (país que, todo sea dicho, explica la mayor parte de la reducción de la pobreza internacional en las últimas décadas). Ese escenario solo profundizará las desigualdades entre los países, y mantendrá al sur global en su rol de proveedora de materias primas y bienes de baja complejidad tecnológica, rol del cual solo puede emerger un crecimiento frágil e insostenible.

Mirando el escenario actual, las medidas del NIEO poseen una resonancia presente. La demanda de transferencia tecnológica de las inversiones del norte, por eliminar los tribunales internacionales de inversionistas-estado, de exigir la propiedad común de los minerales y recursos naturales, para ponerlos al servicio del desarrollo verde de los países, y la batalla contra la guerra arancelaria del norte, ¿no suenan a razonables medidas para salir de este atolladero? En efecto, organizaciones actuales como la Internacional Progresista ha vuelto a retomar esa agenda y actualizarla para nuestro presente.

Es cierto. No estamos en 1974. Pero China y la India tienen mayor poder de mercado que antes, los países pobres tienen los minerales críticos que los ricos desean, y hay una crisis climática global de la que es urgente salir. Eso genera una oportunidad para reescribir reglas y rediscutir el tipo de orden que se vive hoy. Y en eso, la experiencia del NIEO nos sirve como una brújula e inspiración.

Por José Miguel Ahumada, académico Instituto de Estudios Internacionales de la U. de Chile