Columna de Josefina Araos: Caletas rosadas
Algo de razón tiene el Presidente en su nuevo enojo de esta semana a causa de las burlas por el anuncio de la habilitación de pesqueras con “perspectiva de género”. Sirviendo de ocasión para expresar la molestia con un gobierno con severas dificultades para administrar el día a día (también porque no ha querido resignarse a administrar), se termina caricaturizando una medida que, por lo que dicen los dirigentes involucrados, parece tener mucho sentido. Asegurar infraestructura, condiciones dignas de trabajo o reconocimiento a labores fundamentales es una cuestión de justicia, y el enfoque de género está lejos de ser un gustito identitario abstracto si es que tiene que ver con implementar políticas orientadas a sus destinatarios concretos. Esto lo olvida a ratos el propio entorno de Gabriel Boric: no es lo mismo ser hombre que mujer, y considerarlo en los aspectos materiales más elementales (como un baño) puede ser un acto reivindicador significativo.
Pero el Presidente debiera mirar con mayor profundidad las burlas de las cuales se lamenta, para encontrar en ellas algo más que un nuevo motivo de indignación. Porque la molestia no reside tanto en el anuncio como en el hecho de que pareciera que no hay nada más que mostrar. Y es que en paralelo a esto, el gobierno lidia con la aprobación de la mutualización de la deuda de las isapres, celebra una victoria pírrica en el Congreso por una reforma previsional donde no queda casi nada de su propuesta inicial, revoca pensiones de gracia cuya concesión original aún no logra (¿podrá?) justificar, y convoca al Cosena después de haber prometido disolverlo. Es como si el gobierno hubiera tenido que ir renunciando una a una a sus promesas, y ya no le queda mucho más que una retórica aparatosa, usada hasta el cansancio, con la que intenta seguir disfrazando de transformador lo que devino en fracaso. Así, su lenguaje feminista, expresado esta vez en la perspectiva de género, tiene algo de vestigial: parece ser lo único que les queda. Palabrería vacía y desconectada, pues al mismo tiempo se anuncia un inexplicable recorte del presupuesto para jardines infantiles, probablemente una de las preocupaciones prioritarias de la mayoría de las mujeres de nuestro país. ¿No decía el Presidente que se estaba avanzando en políticas que permitieran compatibilizar los distintos roles ejercidos por ellas, considerando sus situaciones particulares? Las trabajadoras de las caletas quizás contarán con mejor infraestructura en sus faenas, pero por lo visto seguirán solas en el cuidado de sus hijos.
El anuncio del gobierno despierta burla porque, a fin de cuentas, revela con especial claridad su desorientación. No solo por el vacío que rodea a ese gesto solitario, sino por la sensación de que no hay criterios que guíen su acción. Se ve entonces a la deriva, sumido en la arbitrariedad, intentando juntar las renuncias con las agendas propias, sin explicación ni justificación alguna, como si calzaran de manera evidente. Terminamos así hablando de caletas rosadas y poemas de erizos, en lugar de las personas concretas cuyas vidas se verán impactadas por la política inaugurada por el Ejecutivo. Tiene razón en enojarse por eso el Presidente, pero olvida que él y su gobierno son los primeros responsables de ese desvío. Su atención no debiera entonces dirigirse a la prensa socarrona, sino al actuar de su propia administración, que no ha sido capaz ni en su relato ni en su práctica política de explicar qué hacen y por qué. Es ese el ejercicio primario de la política, pero lograrlo exige una disposición que el enojo que suele dominar al Mandatario impide alcanzar: la humildad.
Por Josefina Araos, investigadora IES
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