Columna de Josefina Araos: El Presidente indignado

Boric


A días de iniciar su último año en La Moneda, el Presidente Gabriel Boric no termina de encontrar el tono que corresponde al cargo que ejerce. Tal vez porque tampoco ha terminado de comprender su significado, con las disposiciones y deberes que este implica. Así, durante esta semana, tras el masivo apagón que dejó prácticamente a todo Chile a oscuras, el Mandatario reaccionó como un vecino más: indignado. Con escasa consciencia del lugar desde el que habla, el Presidente emplazó, como hace a menudo, a las empresas por no haber estado a la altura de las circunstancias, declarando que se encargaría de “hacer valer todas las responsabilidades”.

Desde luego, es fundamental asignar las responsabilidades que conciernan al mundo privado, pero el Presidente parece desconocer la manera en que ellas se distribuyen en casos como este. Por más privatizado que esté un servicio, sigue siendo el Estado el regulador que debe garantizar el funcionamiento de prestaciones tan fundamentales. Fue nada menos que su propio exministro de Energía, Claudio Huepe, quien se lo recordó, al señalar que es justamente el Estado que Boric dirige el responsable final del servicio eléctrico. Pero, claro, es más fácil indignarse; hablar como un espectador que simplemente observa desde fuera cómo los poderosos de siempre mueven los hilos de nuestro destino.

Ese es el elemento clave que explica la indignación que a menudo invade al Presidente: él no está entremedio de los poderosos, él se ve a sí mismo como un mero espectador. Por eso emplaza a las empresas, por eso emplaza a los medios: puede acusarlos de su poder -y del abuso que hacen del mismo- pues él es un ciudadano común y corriente que está casi por causalidad en la más alta jerarquía de la nación. Así, el Presidente no termina de entender su cargo, porque no termina de asumir su poder. Esto se confirma en el discurso que dio el mismo día del apagón, donde recordó su origen como líder político: “nosotros también venimos de los movimientos sociales”. El Presidente explicitó que era consciente de estar hoy en un cargo diferente, pero para invitar luego a la unidad de todas las fuerzas progresistas, desde el Ejecutivo hasta la calle; unidad que, sabemos, es su verdadera aspiración. Para Gabriel Boric la referencia a los movimientos sociales no es entonces una manera de recordar su origen, sino la confirmación de su misión e identidad. Así, para el Mandatario existe una total continuidad entre el lugar del que partió y aquel en que se encuentra hoy día, o bien, cree que él está llamado a encarnarla y hacerla efectiva. Por eso siendo Presidente se indigna tanto como aquel joven que el 2011 reclamaba por las deplorables condiciones en que se encontraba la educación nacional. Esa es su apuesta política: la articulación perfecta entre las distintas instancias de distribución y disputa por el poder. Una forma contemporánea, quizás, del fin de la política que caracteriza las utopías de tantas izquierdas.

Es entonces una confusión la que explica, entre otras cosas, la constante indignación del Presidente: no logra ver que hoy encarna esa responsabilidad última de la que habló Claudio Huepe a propósito del apagón. No puede entonces ser la indignación su ánimo de base, pues no está ya del lado de aquellos que experimentan las consecuencias de decisiones tomadas por otros. Él es el rostro final de los que deciden el destino de las grandes mayorías y eso exige actuar como alguien que sabe que ya no es parte de ellas. Pero como no lo comprende, su indignación da paso a una performance impostada, sin consciencia del lugar en que está, sin credibilidad para exigir respuestas, ni para calmar a aquellos que justificadamente se indignan. Tal vez convenga advertirle al Presidente que le queda poco tiempo para tomarle el peso a las implicancias de su cargo, y pasar de hablar como un ciudadano indignado, a un Mandatario que demanda y reconoce las responsabilidades que le caben a quienes están en el poder.

Por Josefina Araos, investigadora del IES

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