Columna de Josefina Araos: Nada más que ofrecer
Le tomará mucho tiempo a la política recuperarse del efecto destructivo de los retiros previsionales, y el impacto se sentirá avance o no la nueva arremetida de la Cámara de Diputados y, ahora, del propio gobierno. Este último podrá interpretar como un triunfo el eventual rechazo del oficialismo al quinto retiro, pero no será más que un espejismo. Al haber presentado su propio proyecto, Gabriel Boric y su equipo se rindieron a una lógica que es, finalmente, incontenible. Podrá disfrazarlo de seguridad social, ponerle límites (de dudosa eficacia) o tratar de contener la amenazante inflación, pero sigue siendo un retiro. Y esto implica, además de sucumbir a las presiones de su propio sector, socavar las bases para transitar a lo que el mismo Ejecutivo busca construir: un sistema previsional solidario. Así, los congresistas le doblaron la mano a su ministro de Hacienda y a su Presidente, obligándolos a sacar a último minuto una carta bajo la manga que solo ilustra que no controlan sus filas. El anuncio del gobierno esta semana es, por lo mismo, una derrota. Y como dijera David Bravo, en ella no solo pierde el Ejecutivo, también las pensiones y el tan apelado como olvidado pueblo de Chile.
El destino trágico de la política de los retiros previsionales estuvo asegurado desde un comienzo, pues no podía sino abrir una fuerza incontrolable. Se dice a menudo que el primero estuvo justificado por las circunstancias. Pero se olvida que ese contexto no era solo el de una pandemia, sino también el de una profunda crisis política. Así, se acudió al retiro como alternativa ante la incapacidad del gobierno de Sebastián Piñera para apoyar a las familias, pero también como recurso desesperado para compensar el abismo abierto entre la política y la ciudadanía para el estallido social de octubre de 2019. Eso explica que sigamos aún sumidos en la sucesión angustiante de extracción de los pocos fondos que quedan. Y nada indica que se detendrán. Basta ver la velocidad con que se presentó un proyecto de sexto retiro, lo que prueba que la política, y en particular el Congreso, no dispone de otro mecanismo para revertir una valoración y legitimidad que están en el suelo. Porque pareciera que no hay política más eficaz que esa. ¿El Congreso obstruye las iniciativas importantes para la ciudadanía? Acá avanza de forma expedita. ¿El Congreso nunca se pone de acuerdo? Acá se encuentran desde la extrema derecha a la extrema izquierda (salvo honrosas excepciones dispuestas a asumir los costos de rechazar la medida). ¿El Congreso está desconectado de la ciudadanía? Acá muestra su supuesta escucha de las demandas de la gente. Lo que no se ve es que se trata de una relación puramente instrumental que no aumenta su aprobación ni articula proyecto político alguno. Pero aún así, salvo un milagro, no podrá el Congreso detener el avance de estos proyectos, pues no tiene nada más que ofrecer. Su gesto no es otra cosa que el reconocimiento de su renuncia.
Y, entre tanto, los que siempre quisieron impulsar esta agenda, cuando no había pandemia ni crisis económica, se regodean de forma siniestra ante las volteretas de aquellos que intentan justificar lo injustificable. Se regodean porque, como dijo Pamela Jiles hace un tiempo, a lo que asistimos es a una lenta agonía de nuestra institucionalidad, provechosa solo para aquellos que esperan que la política al fin se reduzca a la mera disputa vacía del poder por el poder. El resto tendrá que salvarse como pueda.
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