Columna de Josefina Araos: No estamos mejor

El 11 de enero decenas de vecinos de Conchalí ocuparon las calles del sector El Cortijo para manifestarse contra la inseguridad a la que están sometidos. Silbatos, alarmas y cacerolas generaron un bullicio con la esperanza de que alguien escuche sus demandas. Sus pancartas pedían mayor resguardo policial, mientras reclamaban por el estado de temor en que se encuentran a causa de la violencia y el crimen que se han vuelto recurrentes en sus barrios. Pocos días antes se había conocido la noticia de un matrimonio de adultos mayores que había sido objeto de un “turbazo” en su casa; uno entre varios ocurridos en el último tiempo. El 24 de enero la protesta se repite, con los vecinos celebrando la organización de la comunidad para exigir a las autoridades una presencia que alivie su sensación de incertidumbre y abandono. Al parecer, estas manifestaciones se han vuelto una estrategia estable de los vecinos en lo que va del año. Tan estable como los delitos en esa comuna, que esta semana fue centro de atención a propósito del secuestro de una niña de siete años. Afortunadamente esa historia al menos terminó bien.
Las protestas de los vecinos de Conchalí no tienen tanto protagonismo como otras noticias de nuestro país. El Presidente Gabriel Boric se lamenta a menudo de que los medios están obsesionados por instalar la imagen de que todo va mal, refutando su propia apuesta por convencernos de que Chile se normalizó bajo su mandato. Pero lo que evidencian las manifestaciones en Conchalí es que, para tristeza del Presidente, el problema es más bien el contrario: aunque algo muestran los medios, no alcanzan a dar cuenta de cómo parece que todo va aún peor.
Sobran los episodios que permiten constatar la magnitud de la crisis de seguridad que vivimos. Esta semana ocurrió también el brutal asesinato de un matrimonio en Graneros, que además de confirmar las severas limitaciones del actuar policial, recuerda la historia larga de violencia rural en Chile. No por azar las pericias realizadas estos días por la PDI indican que una de las víctimas murió intentando enfrentar a sus agresores. Hay territorios de nuestro país donde, por lo visto, hace ya tiempo la gente decidió empezar a defenderse por sus propios medios.
Inquieta detenerse a pensar las implicancias que pueden derivarse de este tipo de decisiones, pues son señal de que estamos llegando demasiado tarde. Eso explica la fuerza adquirida por los discursos más duros en la disputa presidencial, pues es evidente que la seguridad será el eje determinante a la hora de definir por quién votar. Es bueno recordar que en Chile el voto mayoritario se mueve con libertad. No es un voto irracional ni puramente enojado, sino un voto pragmático, realista y, en ese sentido al menos, desideologizado. El miedo de las personas que viven en carne propia los efectos de la criminalidad las puede hacer optar sin problema por aquella figura dispuesta a proteger la vida de quienes hoy se sienten amenazados, a costa de lo que sea (hasta ahora al menos, parafraseando al gobierno, la esperanza no ha vencido al miedo). Se presente como de izquierda o de derecha, con un discurso tosco o sofisticado, adhiera o no a tratados internacionales, probablemente primará el apoyo a quien se muestre dispuesto a actuar.
Si acaso se quiere contener a los liderazgos más disruptivos, a aquellos prestos a pasar por encima de las instituciones, a quienes reducen nuestras dificultades a un problema de pura voluntad política, el primer paso es conectar con esa disposición ciudadana. Ni sucumbir a la tentación por verse como los más duros -a riesgo de sonar impostados- ni apretar los dientes tratando de mantenerse optimistas -que puede llegar a parecer un insulto-. Se trata en cambio de mostrar que hay algo que hacer, y también que se está dispuesto a acompañar. A salir afuera a exponerse con quienes están viviendo a diario esa vulnerabilidad; a encontrar el tono que se corresponde con tiempos tan difíciles. Porque, aunque al Presidente le cueste aceptarlo, no estamos mejor.
Por Josefina Araos, investigadora IES
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