Columna de Josefina Araos: Un oportunismo infinito
A pocas semanas del acuerdo que dio inicio al proceso constituyente en 2019, el presidente del Partido Comunista, Lautaro Carmona, declaraba: “es urgente terminar con la Constitución de Pinochet”. Aunque se había negado a firmar el pacto (no era más que una espuria cocina), el PC empezaba a ver con buenos ojos el momento político, y decidía entonces sumarse a la empresa. La ciudadanía parecía estar de su lado y, por lo mismo, de la denuncia de una casta que tomaba decisiones de espaldas a la gente, pasaron a subrayar la imperiosa necesidad de poner fin al texto de los “cuatro generales” (Boric dixit). Y ellos iban, por cierto, como vanguardia, dirigiendo al pueblo.
En mayo de este año, luego de una dolorosa derrota en el plebiscito del 4 de septiembre, Carmona mantenía su (supuesta) convicción. El día de las elecciones que dio a Republicanos la llave de la nueva fase del proceso constituyente, sin saber aún los resultados, señaló: “Me basta con que tengamos una nueva Constitución, pero que acabemos con la de Pinochet”. Anticipando una nueva derrota y consciente de que el clima político no era el mismo que el de hace tres años, el dirigente comunista mostraba expectativas aparentemente más humildes. Ya no habría refundación, pero seguía abierta la posibilidad de lo único (o eso creíamos) que no se podía transar: tener una constitución escrita en democracia. Pero la humildad podía ser impostada. Después de todo, todavía quedaba mucho partido por jugar.
Esta semana, sin embargo, las cosas cambiaron y las convicciones se esfumaron. Entrevistado acerca de su mirada sobre el trabajo del Consejo Constitucional, el mismo Carmona describió en duros términos la propuesta emanada del órgano. No hay problema alguno en criticar el texto, pues su evaluación es materia de discusión. Pero las dificultades surgen al justificar esa postura: “a la fecha la Constitución del 80 no es la del 80″. Repentinamente, una de las principales y más antiguas banderas detrás de los que han pedido el cambio constitucional se viene abajo. La Constitución “de Pinochet” pasó ahora -siempre en las palabras de Carmona- a ser la de “todos los cambios que se han realizado en el Congreso” en las últimas décadas, y de no ser más que un aparato de la dictadura, se convirtió en el horizonte normativo que contiene el caos y garantiza el “fair play que organiza la convivencia”. Podemos, entonces, seguir operando con ella. Ya no sería tan grave su origen ni tan nocivos sus efectos en nuestra vida social. El retroceso civilizatorio y la consolidación del neoliberalismo que encarnaría la actual propuesta, harían preferible la Constitución que, por lo visto, ya no es más la del dictador, sino la de los acuerdos democráticos.
¿Todo fue, entonces, una farsa? Tal vez al PC no le importa tanto una constitución nacida en democracia, ni le parece tan grave el sistema instaurado por una Carta hecha en dictadura, ni tan relevante que sea una instancia elegida por votación popular la que lidere el proceso, como asegurarse de ser ellos quienes impongan la hegemonía del ciclo político que viene. Ese es el objetivo -ser la vanguardia del pueblo-, y frente a él valen todas las renuncias. Incluso a las más profundas convicciones. La tragedia es que eso revelaría que no hay aspiraciones últimas que movilicen su acción, motivaciones sustantivas y colectivas, sino puramente sed de poder por el poder; ni el bien común, ni la liberación del pueblo, ni justicia social ni nada. Si no, simple y llanamente, un voraz deseo de ser quienes dirigen la marcha de la historia.
Por Josefina Araos, investigadora del IES