Columna de Juan Carvajal: Téngase presente

Citizens vote for a new assembly to draft constitution, in Santiago


A meses de que se cumplan 50 años del golpe militar, a menos de dos semanas de una elección que dio vuelta el tablero dando una significativa e inobjetable mayoría a la ultraderecha, a ocho meses de un plebiscito que echó por tierra y contundentemente los igualmente categóricos resultados del plebiscito y posterior elección del 2020 y luego del 2021, bien vale preguntarse ¿qué tipo de país somos?, ¿hacia dónde vamos?, ¿qué es lo que nos caracteriza? o ¿cuáles son nuestros sellos distintivos?

En este contexto, es inevitable recordar al exitoso comediante Fabrizio Copano en su referencia en el Festival de Viña a los vertiginosos y radicales cambios de opinión de los chilenos.

La reciente encuesta presencial UDP-Feedback, aplicada en 8 regiones del país y que representó al 79% de la población urbana mayor de 18 años, reveló datos sobre los cuales es preciso reflexionar. Mientras en sondeos anteriores, la opción que prefería la democracia se imponía por sobre cualquier otra forma de gobierno (62%), hoy solo el 47% de los encuestados apoya la idea de que “la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno”, el 27% indica que “a veces un gobierno autoritario puede ser preferible a un gobierno democrático”, y un 24% señala que “les da lo mismo un tipo de gobierno que otro”. El estudio concluye que esto “implica que una mayoría del 51% está poniendo en duda a la democracia como el mejor sistema de gobierno”. No deja de ser curioso, además, que quienes se muestren indiferentes al tipo de gobierno sean mayormente personas de estratos socioeconómicos bajos y no votantes.

No deja de ser preocupante que luego de traumáticos 17 años de dictadura, una buena parte del país no tenga claro la tremenda diferencia entre democracia y autoritarismo, entre libertad de opinión o de prensa y el imperio de la censura o entre la libre elección y la imposición del poder.

Es evidente que los resultados del 7 de mayo pasado están revelando, más allá del impacto de la criminalidad o un voto de castigo, que estamos frente a una audiencia tremendamente crítica a toda la institucionalidad política; es decir, a los partidos, al Parlamento y a los liderazgos que de ellos surgen. Hay millones de personas que no votaban y hoy obligadamente deben hacerlo y, en su gran mayoría, no creen en quienes los representen o buscan hacerlo. Esa es una prueba de fuego para la democracia, que requiere de una política con credibilidad, de liderazgos que den confianzas y de procesos fortalecidos ciudadanamente.

Si el actual gobierno, el Parlamento y los propios partidos no toman debida nota de todo esto, seguirá debilitándose la democracia y, con ello, la posibilidad de avanzar hacia un tipo de país que pueda encontrar el desarrollo sostenible, la prosperidad colectiva, el respeto a la diferencia, a los valores nacionales y la igualdad de oportunidades sin discriminaciones.

Ahora, en pleno proceso de reflexión de todas las fuerzas políticas, es bueno tener presente que el urgente desafío es no desatener la democracia, ya que las consecuencias negativas se perciben dramáticamente en los países vecinos.

Por Juan Carvajal, periodista y ex director de la Secom

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