Columna de Juan Ignacio Brito: Chile, comfortably numb
La agitación que caracterizó al ciclo político chileno reciente parece haber quedado atrás. El país se acostumbra a andar a paso cansino, marcado por una economía aletargada desde hace rato y un debate político enfocado en una votación constitucional que no logra encender las pasiones de nadie, ni a favor ni en contra, simplemente porque no entregará soluciones a problemas cotidianos.
Tras esta calma, cobra fuerza el peligro de la mediocridad. Chile se ha ido habituando a la corrosiva herrumbre de la decadencia por goteo. Es cierto que el país fue sabio para alejarse del precipicio por cuyo borde caminó hasta hace poco. Eso significa que estamos relativamente mejor, pero no que estemos objetivamente bien.
Las luces amarillas aparecen en todas partes. La parálisis educacional en Atacama constituye el ejemplo de una reforma mal pensada y de lo que sucede cuando la utopía choca con la realidad concreta. La sostenida alza de los asesinatos y el arribo de bandas delictuales extranjeras dan cuenta de que retrocede la capacidad del Estado para garantizar el derecho más básico. No obstante todas las agendas en favor de la probidad que hemos conocido durante años y el discurso de una generación política que se creyó dueña de la ventaja moral, la corrupción continúa carcomiendo las instituciones, como queda expuesto con el caso “Convenios”. Además, la discutible decisión del Ministerio de Justicia de designar una notaria con estrechos vínculos políticos vuelve a poner de relieve la increíble imposibilidad para reformar un sistema que todos reconocen como deficiente.
Una serie de razones explica la arteriosclerosis de un aparato estatal exhausto. Muchas de ellas tienen que ver con aspectos institucionales, como la fragmentación parlamentaria que dificulta formar mayorías relevantes en el Congreso o las falencias de diseño de los Servicios Locales de Educación Pública. También hay vicios morales que han arraigado, especialmente en nuestros líderes: falta de coraje y prudencia; arrogancia, oportunismo y la captura del aparato estatal por grupos que privilegian el interés propio por encima del bien común. Otras son obstáculos intelectuales: una élite mal preparada y un sistema escolar que forma analfabetos funcionales.
El problema mayor es que nada de esto representa una novedad. Todo lo contrario, es una realidad que se pasea ante nuestros ojos desde hace años. Podría afirmarse que nos hemos vuelto, como diría Pink Floyd, comfortably numb (“cómodamente insensibles”) ante la nueva mediocridad que asfixia lenta y dulcemente. Parece contraintuitivo hablar así después de la refrescante pausa de los Juegos Panamericanos, pero ella solo demuestra que el país en estado vegetativo, quizás agotado por el exitismo de antaño y el aventurerismo reciente, se conforma hoy con muy poco.
Por Juan Ignacio Brito, periodista
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