Columna de Juan Ignacio Brito: Comentarista en jefe
El Presidente de la República cree que su función es comentar la actualidad. Un día relata sus hábitos en la ducha (mira su cortina de baño/mapamundi y juega a identificar las capitales); luego cuenta que se duerme y despierta pensando en la delincuencia; finalmente, afirma que los indultados “no son delincuentes” y critica el proceso judicial del frentista Jorge Mateluna.
No es raro que el Mandatario incurra reiteradamente en este tipo de informalidades. Él abraza un estilo “buena onda” que lo lleva a sobregirarse y a cometer repetidos errores e imprudencias.
Menos que ante un jefe de Estado, entonces, estamos en presencia de un comentarista en jefe. Para Pedro Aguirre Cerda, gobernar era educar; para Juan Antonio Ríos, gobernar era producir; para Gabriel Boric, gobernar es comentar.
El problema de fondo es que el Mandatario ha sido políticamente malcriado. Desde su época de líder estudiantil, fue adulado por compañeros y profesores. Cuando en 2008 promovió la toma en la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile, los docentes le enviaban cartas laudatorias y compraban pizzas para que los niños no pasaran hambre en su gesta revolucionaria.
El movimiento estudiantil de 2011 hizo que en torno a Boric se configurara un aura casi mítica. El salto a la Cámara de Diputados fue para él un upgrade natural. Allí siguió cometiendo torpezas: la foto con la polera de Jaime Guzmán baleado; el viaje con una diputada a París para encontrarse con el asesino del senador; el elogio al comandante Ramiro, el homenaje “cantado” a los Fiskales ad Hok contra los generales, los curas y RN en una entrevista televisiva; el gritoneo histriónico a los militares durante el estallido… Cada uno de estos actos imprudentes generó polémica y, al mismo tiempo, reforzó la alabanza de sus seguidores. Mientras más enervara a la “derecha pinochetista y fascista” y coqueteara con la violencia, más halagos recibía en su círculo.
Ya en el gobierno, Boric puso en el gabinete a sus amigos y en La Moneda a esos aduladores que lo encuentran genial. No quiso advertir que ahora enfrentaría una audiencia amplificada y que era recomendable incluir voces distintas. En lugar de ello, se rodeó de un grupo de incondicionales. El resultado ya lo conocemos. El rey anda desnudo: la improvisación y la inmadurez quedan en evidencia día a día. Las salidas que antes encontraban aplauso hoy son cuestionadas. Boric fue un rockstar; hoy es un meme y un sticker, de esos que se mandan por Whatsapp.
Por primera vez, Gabriel Boric es impopular. Una realidad incómoda para la que no parece preparado. No consigue ajustarse y sigue actuando como si fuera un diputado cool y no el Presidente de la República. Si no cambia pronto y de verdad, su gobierno terminará siendo un mal chiste.
Por Juan Ignacio Brito, periodista
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