Columna de Juan Ignacio Brito: Delincuencia, la farsa del guirigay
Nuestra política lleva décadas haciendo lo mismo con la seguridad ciudadana: la discute, polemiza en torno a ella y simula tomar decisiones. Los dirigentes fruncen el ceño, engolan la voz, prometen realizar todo lo necesario, acabar con la puerta giratoria, poner mano dura, ser “perros” contra la delincuencia. Quizás porque nunca fue ese el objetivo, nada de esto provoca que el crimen decaiga, sino más bien todo lo contrario. Eso explica por qué los chilenos sienten cada vez más temor. En 2018, 10,4% de los chilenos decía tener mucho miedo a ser víctima de un delito. En apenas un lustro, el índice casi se ha triplicado y es el más alto desde que Paz Ciudadana comenzó a medirlo: 30,5%.
La respuesta de la política ante la ola delictiva actual consiste en una vocinglería ensordecedora en la que todos hablan a la vez y nadie escucha: un guirigay. Hoy lo presenciamos de nuevo. Después de una semana particularmente violenta, el gobierno que venía a renovarlo todo repitió lo que han hecho todos sus predecesores: armó un paquete de medidas recicladas para mostrarse activo. La oposición no se quedó atrás: coqueteó con la idea de una acusación constitucional contra la ministra del Interior y exigió la expulsión de ilegales, ante lo cual la vocera salió a acusarla de no cooperar y el Presidente a pedir responsabilidad y defender a su jefa de gabinete, quien, además, recurrió a otra treta conocida: cuestionó la validez de las cifras sobre inmigración ilegal… O sea, una vez más se armó el guirigay.
La vocación por el guirigay no distingue entre la nueva y la vieja política. En Chile, la idea de escapar hacia adelante es tan vieja como la Batalla de Rancagua (que, como lo sabemos, no solo fue una derrota, sino que, a mayor abundamiento, un Desastre). Ninguna solución verdadera es esperable de parte de los que entran al debate solo a figurar, hacer como que hacen algo y salir, gracias a una cita atractiva, en los medios. En el fragor del guirigay, lo importante no es ser, sino parecer.
Lo más patético de este teatro del absurdo es que nadie se lo cree. El guirigay es la respuesta estándar de una política transversalmente incapaz. La farsa consiste en que las autoridades hacen como que buscan soluciones y los ciudadanos hacen como que les prestan atención. Los chilenos saben que el guirigay es solo ruido de fondo y se las arreglan como pueden frente a una delincuencia cada vez más violenta e innovadora: según Paz Ciudadana, 65% de la población ha reforzado la seguridad en sus casas; 73% ya no sale a horas peligrosas ni usa artículos de valor en la calle; 72% evita ir a lugares riesgosos, y 69% se ha organizado con sus vecinos en busca de mayor seguridad. A diferencia de lo que ocurre con el guirigay, la gente sí se toma en serio la delincuencia.
Por Juan Ignacio Brito, periodista
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.