Columna de Juan Ignacio Brito: Las palabras y los hechos
Justo cuando el Presidente volvía de China, se supo que la empresa Sinovac había desistido de invertir en Chile. Una planta en Antofagasta y otra en Quilicura, anunciadas en 2021 por el gobierno anterior, quedaron en nada. Las críticas llovieron, más todavía cuando el ministro de Economía se enredó con explicaciones contradictorias que solo aumentaron las sospechas de que el actual gobierno gestionó mal, una vez más, un proyecto de envergadura.
Es de suponer que la renuncia de Sinovac fue un golpe doloroso para un Ejecutivo que proclama que “Chile no puede seguir siendo exportador de materias primas”, como señaló hace unos días la ministra Camila Vallejo. La Nueva Izquierda ha repetido que le gustaría desechar el modelo basado en las ventajas comparativas y que busca su reemplazo por una política industrial que le permita a Chile dejar de depender de la explotación de sus recursos naturales. “Debemos cambiar la matriz productiva”, señala el programa presidencial de Apruebo Dignidad, adoptando “políticas industriales y de innovación” donde el Estado juegue un “rol estratégico” en colaboración con el sector privado. Así deben entenderse las declaraciones de la vocera sobre el PC chino, el cual, según dijo, “lidera un proceso de innovación que logra incorporar el libre mercado y el comercio en una estrategia política orientada”.
La alianza con Sinovac parecía ideal para cumplir esos objetivos. Chile se convertiría en productor de vacunas para el consumo local y la exportación a América Latina, bajo el amparo de un Estado que facilitaría las condiciones materiales para que el negocio fructificara. La instalación industrial en Antofagasta era todo un símbolo: la ciudad, corazón de la minería extractiva, daría un salto cualitativo para convertirse en polo de innovación industrial.
Sin embargo, eso no sucederá. El gobierno sostiene que hizo todo lo que pudo y que Sinovac presentó exigencias desmedidas: de acuerdo con el ministro de Economía, habría pedido subsidios y demanda garantizada. ¿Puede impulsarse una política industrial sin ayudas estatales? Ese es, justamente, el modelo que admira la ministra Vallejo y promueve el programa. En todo caso, la empresa desmiente haber solicitado beneficios.
Huele a un fiasco vinculado a uno de los puntos débiles del Ejecutivo: la gestión.
A ratos parece que este gobierno considera que el Estado debe administrarse como se dirige una federación de estudiantes. El amateurismo transversal que exhibe La Moneda se traduce en una amplia distancia entre la realidad y el discurso.
Las actuales autoridades se especializan en declarar con liviandad y ejecutar con torpeza. Al final, la ingenuidad de los chinos es la misma que han mostrado millones de chilenos: creyeron en las palabras y luego chocaron de frente con los hechos.
Por Juan Ignacio Brito, periodista
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