Columna de Juan Ignacio Brito: Lecciones de viejos
La vejez hace noticia por estos días. La mayoría de las miradas apuntan con ojo acusador a Joe Biden, cuya senilidad se ha convertido en un argumento de campaña en perjuicio del Presidente de Estados Unidos. El hipócrita reclamo de sus antiguos partidarios para derribar su candidatura es representativo de una extendida tendencia actual, que considera descartables a los ancianos por, supuestamente, dejar de ser útiles.
Hay, sin embargo, otros ejemplos más esperanzadores que demuestran justamente lo contrario, como el proporcionado el fin de semana por Donald Trump. No parece casual la extraordinaria respuesta del exmandatario -apenas tres años menor que Biden- luego del intento de asesinato que sufrió. La manera en que reaccionó ante la adversidad extrema es evidencia de una convicción y una determinación que solo se acumula con el tiempo y aflora en momentos críticos. Por años, muchos se han esforzado en mostrar a Trump como un payaso peligroso, pero lo que se vio el sábado en Pensilvania está muy lejos de eso. Allí apareció un líder.
El asesinato de Trump hubiera dejado a EE.UU. al borde del caos. En cambio, su providencial escape le ha dado a él y a ese país -quizás también al mundo-una segunda oportunidad bajo un liderazgo nuevo, incluso renacido. La corajuda y desafiante imagen de Trump levantando el puño y gritando “¡peleen!” quedará marcada en la historia política y popular de nuestra época.
No parece fortuito que el protagonista de esta historia sea un hombre de 78 años. Puede decirse que la vida preparó a Trump para ese momento y que en este se expresó como nunca lo que él significa para muchos norteamericanos. Apenas repuesta del shock que provocaron los disparos del francotirador, y enfrentada al gesto desafiante del candidato, la multitud no coreó su nombre, sino que gritó “¡USA! ¡USA!”, En ese instante de tensión máxima, Trump ensangrentado se convirtió en la encarnación de la voluntad y la nostalgia de Estados Unidos por “ser grande de nuevo”, como reza su eslogan electoral.
No es esta, por supuesto, la única manera que tienen los viejos de enseñarles a las generaciones que los siguen. Existen otros ejemplos, silenciosos y anónimos, de padres que educan a sus hijos sin estridencias, con el trabajo cotidiano, la responsabilidad, la fe y el cariño expresados en obras pequeñas que se multiplican a lo largo de los años para transformarse en legado valioso para familiares, amigos y cercanos.
A menudo considerados descartables e incluso molestos por una sociedad fascinada con la juventud que solo ve en ellos la fragilidad y la decadencia física, los viejos -famosos y anónimos- son un tesoro que debemos apreciar y resguardar. Hay mucho que aprender de la experiencia y el camino que han recorrido los que se acercan al final del trayecto.
Por Juan Ignacio Brito, periodista
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