Columna de Juan Ignacio Brito: Lo peor de lo nuestro, otra vez
El Caso Audios ha vuelto a desnudar lo peor de lo nuestro, esa podredumbre que habíamos tendido a olvidar en los últimos años, pero que se encuentra agazapada, lista para salir a la superficie y contaminarlo todo cuando menos lo esperamos.
La obscena danza de millones, las oscuras redes de influencia, la codicia y el individualismo extremo retrotraen a la década pasada, cuando estallaron los escándalos que hicieron añicos la confianza del público en las autoridades y expusieron los vicios de una élite ombliguista.
Tal como entonces, las revelaciones conocidas ahora sugieren la existencia de una crisis moral: un grupo numeroso de personas relevantes, de elevados ingresos y alta connotación pública, miembros conocidos de nuestra élite, ha perdido el contacto con la realidad y adormecido sus conciencias. Para ellos resulta válido aquello que les permite satisfacer su desmesurada ambición personal: el acceso por cualquier medio a grandes sumas de dinero; el prestigio ganado a costa de la trampa y el engaño; el uso del poder y el estatus solo para el beneficio propio; la corrupción de empleados públicos en Impuestos Internos o la Tesorería General de la República; la manipulación de la opinión pública. No parecen tener otra regla ética que la del “todo vale”.
Durante años, Chile ha discutido reformas a la Constitución, el sistema político, la salud, las pensiones. El país ha creído erradamente que las regulaciones nos harán mejores personas y nos permitirán convivir en armonía. Sin embargo, esa expectativa no es más que una insensata fuente de frustraciones.
Menos se habla de lo que con seguridad está en la raíz de la mayoría de nuestros males: la desorientación moral. Nuestro problema, como escribió hace un siglo Vicente Huidobro en su Balance Patriótico, es una “crisis de hombres”. Si no cambian los chilenos -especialmente sus líderes, hoy a menudo tan egoístas y mezquinos- difícilmente lo hará el país. No habrá reforma legal que nos haga virtuosos si no se recupera antes un sentido moral que guíe nuestros actos y no contraponga la promoción del legítimo interés individual con el florecimiento colectivo. Mientras aquel continúe imponiéndose sobre este, Chile se verá complicado.
La verdadera reforma -de la que nadie habla, pero que es primera necesidad- es la de las voluntades. Sin ella, la pobreza moral seguirá alimentando casos de corrupción que corroen, alimentan la desconfianza y permiten a los inescrupulosos promover el desorden e incluso la violencia. La paz social no se produce solo por la sumatoria de los intereses de las personas, sino que también exige la existencia y aplicación de virtudes cívicas que necesitan ser reconocidas y validadas. No es la erradicación del debate sobre las virtudes lo que nos hará libres, sino todo lo contrario.
Por Juan Ignacio Brito, periodista
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