Columna de Juan Ignacio Brito: Mensaje por duplicado

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El fracaso del proceso constitucional es también el de una clase política que, desde el acuerdo del 15 de noviembre de 2019, intentó pasar gato por liebre. Al final, la trampa fue descubierta por el electorado. La doble promesa de dicho pacto (paz social y nueva constitución) terminó siendo falsa: no trajo paz, pues fue la pandemia la que aquietó las aguas en 2020, ni tampoco una nueva Carta Magna.

El ensimismamiento de la élite quedó en evidencia: enfrentada a un estallido violento que ponía en jaque su posición y exigía nuevos enfoques para tratar problemas antiguos, optó por salvar su propio pellejo, sacrificando la institucionalidad. Liderada por un presidente débil, cedió ante una demanda histórica de la izquierda dura y entregó la Constitución a cambio de la expectativa de orden.

Pero el rechazo a dos proyectos de signo opuesto deja en claro que la opinión pública se dio cuenta de que una Constitución ya reformada 31 veces no es el problema. A despecho de lo que han propuesto las élites de distinto signo político en 2022 y 2023, los chilenos creen que la actual ley fundamental ofrece piso suficiente para que la dirigencia política se aboque a resolver problemas de larga data.

Hoy, tras cuatro años en que los mismos problemas de antes se han agravado, nuestra fronda democrática ha descubierto, ¡por fin!, que es momento de hacerse cargo de las demandas de la gente. No lo hizo antes porque estaba muy ocupada mirándose el ombligo.

Los que provocaron el desastre ahora piden acuerdos. El Presidente de la República dice que en su gobierno ya no habrá refundación constitucional. El gran empresariado, cuya cerril negativa a cualquier reforma que dañara sus intereses y su penetración corrupta de la política fueron decisivos para generar el hastío de la gente, solicita hoy un “acuerdo nacional”. Aprovechando el triunfo del “En contra”, La Moneda intenta llevar agua a su molino, mientras la oposición lame sus heridas acusando que el resultado no puede interpretarse como respaldo a un Ejecutivo que tiene 31% de apoyo y 61% de rechazo.

Todos los que han sido parte del problema se ven forzados a cambiarse de carro. Para hacerlo, sin embargo, deben partir por reconocer que el acuerdo base -la Constitución vigente- ya existe y ha quedado refrendado en dos plebiscitos. Aunque algunos, como los inefables comunistas, sostengan lo contrario, la Carta de 1980/1989/2005 es la gran ganadora del proceso que concluyó el domingo. Es momento de que la élite entienda el mensaje por duplicado de la ciudadanía. Lo que debe existir ahora es respeto hacia la Constitución, sus disposiciones e instituciones, porque eso es lo que quiere el soberano. Hoy solo cabe construir a partir de la Carta vigente. Como diría Ricardo Lagos, uno de sus “padres fundadores”, todo lo demás es música.

Por Juan Ignacio Brito, periodista

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