Columna de Juan Ignacio Brito: Metáforas
Antes de mostrarse arrepentida, la animadora del evento “cultural” en Valparaíso acusó a los “bots del Rechazo” de ser incapaces de comprender que el acto del colectivo trans Las Indetectables era una “metáfora”. Quizás su soberbia le impidió ver que era ella la que no entendió: todos captaron muy bien la alegoría.
Porque la “performance” no fue otra cosa que una metáfora del octubrismo. Desde 2019, la sociedad contempla cómo los extremistas incendian, amenazan, cancelan, golpean, insultan y destruyen a su antojo todo lo que huela a tradición, pasado, “neoliberalismo”, propiedad privada, urbanidad, respeto institucional y costumbres.
Nos hemos convertido en rehenes de un grupo de afiebrados. La quema de buses, estaciones del Metro, museos e iglesias; la destrucción del mobiliario urbano; el asalto a estatuas de próceres; el saqueo de locales comerciales; el pintarrajeo garabatoso de cuanto muro encontraron a su paso; los actos “culturales” ordinarios; las provocaciones a la policía; la larga toma del INDH; las agresiones de los “overoles blancos” en distintos liceos; la cancelación de las voces disidentes; los bloqueos del tránsito; el matonaje de “el que baila pasa”; las “visitas” en cicletadas masivas a casas de autoridades; las funas y amenazas; los episodios vergonzosos durante la Convención…
¿Pudo alguien pensar que de este conjunto alarmante de “metáforas” emergería un resultado aceptable? No es casualidad que de un embarazo brutal como el descrito haya nacido un imbunche constitucional como el que votaremos este domingo. Un texto que más parece un recetario para destruir al país que una ley fundamental para rescatarlo.
Para algunos, la propuesta de la Convención y el proceso que condujo a su redacción representan el grito liberador de un pueblo aherrojado por décadas que rompe sus cadenas. Pero hay razón para creer que es, simplemente, el reventón impune de una minoría radicalizada que actúa ante la perplejidad de una mayoría que quiere cambios y una élite acomplejada luego de años de desidia y ombliguismo.
La reacción ante la “metáfora” de Las Indetectables es una nueva señal del hartazgo creciente con el octubrismo. Ya antes vimos aberraciones similares en marchas o programas de TV. La diferencia es que ahora ya no existe estómago para seguir soportando insensateces. Hasta el gobierno se vio forzado a condenar el acto, quién sabe si por convicción o necesidad. Como sea, la reacción de La Moneda evidencia que se ha ido perdiendo la paciencia con el extremismo. Por supuesto, el test ácido respecto de este cambio de actitud lo rendiremos este domingo en el plebiscito constitucional. Allí sabremos si existe o no una mayoría hasta hoy silenciosa que ponga atajo al descaro de los enfervorizados y comience el difícil retorno al sentido común.