Columna de Juan Ignacio Brito: Política miedosa

Pardow en comisión de Energía y Minería
Pardow desdramatiza posible interpelación y niega haber ocultado información


No es ninguna sorpresa que el alza de las cuentas de la luz haya pasado de ser un tema de economía doméstica que afectará los bolsillos de particulares y empresas a una disputa entre partidos y líderes políticos. El ombliguismo es un rasgo esencial de la clase política criolla, que no sabe sino hablar sobre ella misma. A sus integrantes parece importarles más cómo quedan parados de cara a las elecciones de octubre que el aumento de los precios.

Como consecuencia, el tema se ha traducido en una serie de controversias: entre el gobierno y el Banco Central, entre el Partido Comunista y el Frente Amplio, entre la oposición y La Moneda, entre el ministro de Energía y todo el mundo. Los mismos parlamentarios que votaron la ley que estableció el reajuste hoy critican la aplicación del mismo. No hay aquí diferencias entre oficialismo y oposición.

Detrás de cada una de estas polémicas parece situarse un aspecto característico de la discusión política de los últimos años: el miedo a la gente.

Especialmente desde el estallido de octubre de 2019, nuestra política luce dominada en buena medida por el pánico. A los dirigentes políticos les aterroriza tomar medidas necesarias, pero impopulares. Nuestros políticos edulcoran, omiten, mienten, se muestran indignados, acusan, denuncian y se preguntan: si hubo una revuelta por 30 pesos, ¿qué pasará cuando suban las cuentas de la luz?

El miedo que sienten los obliga a ser “sensibles” y los hace incapaces de siquiera insinuarle a la gente que lo que viene es sangre, sudor y lágrimas. La política para ellos es como la Navidad para el Viejo Pascuero: sirve para dar regalos, no malas noticias.

Sin embargo, la gente es como los animales. Huele el miedo y lo aprovecha en su beneficio para obtener subsidios, bonos, ayudas. Por supuesto, en ocasiones estos pueden resultar muy necesarios. Muchas veces, el problema no es entregarlos, sino la forma en que se hace, porque lo que parece mover a los políticos no es la preocupación frente al drama de personas que sufren, sino la popularidad y la próxima elección.

El resultado obvio es que pocos les creen y nadie los quiere. Son como el profesor buena onda que está seguro de que se gana el afecto de sus alumnos poniendo buenas notas y permitiendo las faltas de respeto, y obtiene a cambio el desprecio de los estudiantes.

Cualquiera sabe que las dificultades y las malas noticias son parte de la vida, que la existencia en este mundo también supone tragos amargos y que, sin alzas de la luz, corremos el riesgo de que haya desinversión y, a la larga, falta de suministro. Pero nuestros políticos le tienen miedo a la gente y rehúsan traducir en políticas públicas este simple hecho de la vida. Lejos de un muy necesario realismo, prefieren echarles plata a los problemas y hacer que pague Moya.

Por Juan Ignacio Brito, periodista