Columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: Cuando el poncho te queda grande
"Las habilidades de un caudillo o candidato exitoso, ya sea en la universidad o el congreso, son diferentes a las necesarias para liderar adecuadamente el aparato público. Esto último requiere articular una coalición política, crear confianzas con equipos extendidos, trabajar propuestas constructivas, movilizar la burocracia estatal, realizar mejoras concretas en la vida de la gente, balancear prioridades y sopesar profundamente las consecuencias de las decisiones que se toman."
El principio de Peter establece que las personas ascienden en las jerarquías hasta su nivel relativo de incompetencia.
Generalmente, quienes hacen un buen trabajo son promovidos en las organizaciones a pesar de que las habilidades requeridas para el nuevo desafío no son necesariamente las mismas. Un excelente vendedor puede ser un pésimo director de ventas. Convencer clientes de las ventajas de un producto no es equivalente a manejar un equipo de vendedores. Un destacado gerente de sucursal puede ser un mal gerente comercial. Un gran gerente de finanzas puede no ser un buen gerente general. Así, el profesor Laurence Peter propuso que las personas ascienden hasta encontrarse con su incompetencia relativa.
En las últimas elecciones, un inédito número de votantes jóvenes promovió a Gabriel Boric y otros zagales a altos cargos de la administración pública. Su juventud fue uno de los atributos determinantes. Proyectaba renovación y cambio tras un periodo conflictivo y desgastante. Millones de ciudadanos se encontraron en el anhelo de que estos jóvenes tendrían la solución a los problemas que aquejaban a Chile.
Al corto andar la falta de competencias dejó entrever sus problemas. Otra columna faltaría para listar todos los autogoles, errores y torpezas a la fecha. Tal como Peter explica, las habilidades de un caudillo o candidato exitoso, ya sea en la universidad o el congreso, son diferentes a las necesarias para liderar adecuadamente el aparato público. Esto último requiere articular una coalición política, crear confianzas con equipos extendidos, trabajar propuestas constructivas, movilizar la burocracia estatal, realizar mejoras concretas en la vida de la gente, balancear prioridades y sopesar profundamente las consecuencias de las decisiones que se toman.
El paso del éxito a la incompetencia es complejo. Primero, implica dejar de hacer cosas que parecían ganadoras y pasar a hacer otras cosas en las que no necesariamente mostramos habilidad. Esto es difícil. Frustrante. Ya lo demostraba el propio Presidente Boric cuando, en noviembre del año pasado, aseguró que se habían dado cuenta “que otra cosa es con guitarra” en alusión a los intentos de su Gobierno por avanzar con una agenda de diálogo en La Araucanía. Lo que parecía sencillo desde la butaca de la Cámara de Diputados resulta inabordable desde el sillón presidencial.
Estos cambios requieren aprendizaje y un proceso psicológico difícil. Aceptar con humildad la carencia de competencias implica un esfuerzo relevante, especialmente cuando éxitos pasados construyeron identidades difíciles de zafarse. Al mismo tiempo, cuando las presiones se elevan, los tropiezos son más frecuentes y las consecuencias se comienzan a notar.
¿Cómo lidian con su consciencia estas jóvenes autoridades al sentir el peso de importantes decisiones mientras en su interior guardan la aprensión de no contar con las competencias para el cargo? Qué sentirán al ver como su tardía respuesta a los incendios devoró más casas de familias desamparadas? ¿Cómo se contienden al ver escurrirse el poder que creían detentar cuando su coalición se desgrana por malas decisiones recientes?
La respuesta más autodestructiva frente a estas tensiones es la obnubilación y el desplante de soberbia. La humildad de buscar apoyo fuera del círculo de confianza, tomar conciencia de las propias limitaciones, incorporar talentos complementarios, ajustar el rumbo -no sólo en lo discursivo, sino también en los hechos-, son los primeros pasos para terminar con el estado inerte.
Bien sea que estas autoridades tomen el peso de su labor y tengan la humildad como consejera. Y si no lo hacen por el bien de los millones de chilenos que lo hagan por interés propio. Jugar con fuego sin contar con las competencias es peligroso. Ya tenemos suficientes incendios para comenzar otro más.
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