Columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: “Cuoteando”
"La imposición de una paridad de salida en elecciones democráticas o de cuotas en mesas de directorios conlleva principios discriminatorios ajenos a la tradición que ha abogado por la libertad y justicia para hombres y mujeres. El ahínco debe estar en trabajar por defender la competencia meritocrática en igualdad de oportunidades para que mujeres y hombres gocen de la movilidad social"
Abigail Noel Fisher había hecho todo bien. Había trabajado duro, conseguido buenas notas, participado en múltiples actividades extracurriculares, incluyendo tocar el violoncello. Pero su sueño de estudiar derecho en la Universidad de Texas, como su padre y sus hermanas, fue truncado, a pesar de conseguir mejores puntajes que otros candidatos latinos o de raza negra.
Cheryl Hopwood, hija de una humilde madre soltera, trabajó duro, consiguió un excelente desempeño y, a pesar de tener una bebé discapacitada, postuló para convertirse en abogada de la Universidad de Texas. A pesar de su grandes esfuerzos fue rechazada, mientras otros candidatos con menores puntajes de admisión, pero de otras razas, eran aceptados.
Fisher y Hopwood demandaron a la universidad por sus políticas de afirmación positiva, las que favorecen las cuotas de ciertas razas. Sus casos llegaron a la Corte Suprema estadounidense.
Las cuotas son una mala solución. Al beneficiar a algunos, discriminan a otros. Ya sean cuotas raciales, de género o cualquiera sea el grupo a favorecer, siempre habrá otro que a pesar de sus méritos será discriminado.
Martin Luther King soñó por un mundo en que todos sean juzgados por su carácter en lugar del color de su piel. Nunca pidió cuotas ni tratamientos especiales. Un principio universal es lo que alimenta la esperanza colectiva de una sociedad más justa.
Las cuotas, si bien parecieran un atajo para dar oportunidad, son una solución que atenta contra el mismísimo principio que por siglos ha intentado liberar a hombres y mujeres: la igualdad de oportunidades y la meritocracia. Como humanidad, nos ha costado siglos transitar desde las castas al mérito. Debemos ser cuidadosos de no establecer nuevas castas creadas con cuotas.
Durante siglos, el orden social se regía por lo que tocaba al nacer. Monarcas, nobles y peones heredaban el mismo destino a sus hijos. “Todos deben tener un patrón y servir a Dios en la posición que les ha tocado”, establecía el Tratado de Verdún en el siglo IX. Obediencia, era la máxima. Así el orden social diferenciaba según cuna, lugar y condición. Y la mujer se llevaba la peor parte.
En “La Esclavitud Femenina” de 1869, John Stuart Mill, un acérrimo defensor de la igualdad de la mujer, propone que el principio moral y político moderno es que el mérito, y no el nacimiento, sea la única pretensión al poder y la autoridad.
La meritocracia fue dinamita intelectual para romper con el orden antiguo en aras de la modernidad. La revolución francesa definió todas las carreras abiertas al talento. La revolución americana estableció su sueño en donde cualquiera, en base al esfuerzo, podría alcanzar el éxito. Kant define la sociedad moderna como la igualdad uniforme de los seres humanos como sujetos del estado y el derecho universal de los individuos para alcanzar cualquier grado, talento, industria o buena fortuna.
La imposición de una paridad de salida en elecciones democráticas o de cuotas en mesas de directorios conlleva principios discriminatorios ajenos a la tradición que ha abogado por la libertad y justicia para hombres y mujeres.
El ahínco debe estar en trabajar por defender la competencia meritocrática en igualdad de oportunidades para que mujeres y hombres gocen de la movilidad social. Las claves están en el acceso a buena educación y en una sociedad generosa e inclusiva.
Cuando la sociedad desarrolla y fortalece las instituciones y mecanismos para identificar, promover y promocionar el talento y la virtud de todos sus ciudadanos cumple con su rol principal. No solo promueve el progreso sino también provee la satisfacción de vida a las personas que descubren y desarrollan sus talentos al convertir sus habilidades en logros concretos, mediante los cuales empujan el progreso social y crean oportunidades para el resto.
* El autor es Ingeniero Civil UC y MBA/MPA de la Universidad de Harvard. Autor de “DESpropósito. El sentido empresarial y cómo la corrección política amenaza el progreso”
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