Columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: “Familia constituyente”
"El Estado, en lugar de entenderse con familias, por facilidad, cayó en un individualismo brutal. En aquella gran burocracia somos RUTs en lugar de familias. Por ejemplo, frente al SII dos RUTs pagan el mismo impuesto, sin importar si el primero se hace cargo de sus padres, hijos o algún pariente minusválido, mientras el segundo no haga contribución social alguna. Rara vez, las políticas públicas han considerado el respeto, fomento y protección de esta institución, la familia."
Muchos desafíos enfrentan los consejeros constitucionales. Proponer una constitución que sea aprobada, mantener un ambiente de dialogo, reformar una serie de deficiencias actuales.
Hay un tema adicional, fundamental y rara vez mencionado. La relación del Estado con la familia, como institución social.
Una de las paradojas de los últimos treinta años es que mientras nos hicimos un país más rico, aumentaron las demandas sociales al Estado.
¿Por qué?
Antes gran parte del cuidado social lo otorgaba la familia. Las pensiones eran los hijos, la educación eran los padres y abuelos. Incluso cuidados de salud se daban en la casa. De hecho, la muerte en el hogar rodeado de los propios era normal.
Esa familia como comunidad, como red social, se ha fragmentado en estos treinta años. Brutalmente en los sectores menos privilegiados. Junto con la riqueza del país, crecieron las ciudades, muchas familias vieron partir a sus hijos. Algunos consiguieron un buen ingreso, pero lo diluyeron en muchas horas de trabajo y el consumo. Sus casas, protegidas por muros, rara vez permitieron reemplazar con vecinos los vínculos de la gran familia.
Otros no tuvieron ese éxito y experimentaron la desoladora pobreza urbana, tan diferente a la pobreza rural. La naturaleza y sus enseñanzas fueron reemplazadas por la gris y aplastante apatía de la ciudad.
Así la vida comunitaria de la familia se quebró. Especialmente entre quienes no podían costear esta nueva realidad. Ancianos quedaron desolados. Sus hijos, presionados por los gastos de la ciudad, rara vez pudieron hacerse cargo. Creció el flagelo de niños solitarios, acompañados por la televisión en lugar de sus padres (o solo madre) trabajadores, sin mayor contacto con otros miembros de una familia. El vínculo familiar fue reemplazado por el triste abandono.
Así, mientras la riqueza del país aumentaba, la miseria espiritual y humana circulaba como un espectro en las calles de la ciudad. Niños vulnerables caían en la droga, el abuso, el sexo precoz, continuando un círculo vicioso. Muchos de ellos fueron parte de la revuelta que destruyó inescrupulosamente iglesias, plazas, símbolos patrios, culturales y negocios de la esquina, otrora símbolos de las tradiciones de nuestra comunidad.
Ese vínculo humano tan fundamental, especialmente en la juventud y la vejez, se fue perdiendo, y la falta del rol social de la familia creó frustraciones y vacíos difíciles de llenar. Con ello, el traspaso de tradiciones y valores, claves para educar buenos ciudadanos, se interrumpió. La reciente biografía “Gonzalo Vial Correa. Un hombre que amo a Chile”, es un recordatorio de cómo el historiador, en el albor de los treinta años, visionariamente alertaba la crisis social que nos asola. En su libro El Tercer Pilar, el profesor Raghuram Rajan explica que una sociedad vibrante se sostiene en tres pilares: el mercado, el estado y la comunidad. Pero advierte que el excesivo crecimiento de los dos primeros habría afectado a la comunidad creando serios problemas en nuestras sociedades.
Por su parte, el Estado, en lugar de entenderse con familias, por facilidad, cayó en un individualismo brutal. En aquella gran burocracia somos RUTs en lugar de familias. Por ejemplo, frente al SII dos RUTs pagan el mismo impuesto, sin importar si el primero se hace cargo de sus padres, hijos o algún pariente minusválido, mientras el segundo no haga contribución social alguna. Rara vez, las políticas públicas han considerado el respeto, fomento y protección de esta institución, la familia.
Bien sea que el arreglo constitucional para nuestros próximos cincuenta años reconozca el rol social de familia. Un verdadero Estado Social será aquel capaz de respetar, promover y fomentar la institución que brinda el mejor cuidado de sus ciudadanos, la familia.
* El autor es ingeniero Civil UC y MBA/MPA de la Universidad de Harvard.
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