Columna de Juan Ignacio Eyzaguirre: Liderazgo
"La gran pregunta es si acaso existe algún liderazgo que, quizás con algo de suerte, sea capaz de encausar y determinar el camino de Chile"
¿Son las grandes personalidades quienes dan las puntadas al hilo de la historia? ¿O esos líderes son meros instrumentos de fuerzas sociales soterradas, cuyo peso determina el futuro?
Esta pregunta -si acaso el liderazgo de un puñado de mujeres u hombres es capaz de cambiar la historia- ha enfrentado a historiadores en la búsqueda por determinar cómo se ha definido nuestro destino. Su reflexión es un punto de referencia al pensar en el devenir de Chile en esta encrucijada constitucional.
A mediados de siglo XIX, Thomas Carlyle sentenció que la historia del mundo no era más que las biografías de los grandes hombres (y mujeres). En contraste, Karl Marx estableció una concepción determinista de la historia, en donde el devenir estaría predeterminado o al menos constreñido por las herencias que cargan nuestras circunstancias.
Entre el peso de los liderazgos y el determinismo de procesos históricos también está la suerte y aleatoriedad que afecta nuestras vidas. Stefan Zweig ilustra su rol en Momentos Estelares de la Humanidad, por ejemplo, al relatar la caída del Imperio Bizantino en un incomprensible descuido, cuando los Otomanos encontraron abierta la Kerkaporta, un acceso que les permitió franquear las impenetrables murallas de Constantinopla y transformarla hasta nuestro días en Estambul. O cómo Napoleón cayó en Waterloo a causa de un ramo de errores en su comunicación con su general Grouchy.
Liderazgo, el último y reciente libro Henry Kissinger, analiza la vida de seis extraordinarios líderes a quienes el casi centenario autor conoció personalmente. Kissinger desmenuza sus distintivas estrategias como hombres de estado. Por ejemplo, la “estrategia de la humildad” de Konrad Adenauer, la “estrategia de la voluntad” de Charles de Gaulle, la “estrategia de la excelencia” de Lee Kuan Yew o la “estrategia de la convicción” de Margaret Thatcher. Todos notables que habrían cambiado el destino de la historia por medio de sus liderazgos.
Nuestros días también serían distintos si la Revolución Rusa hubiese carecido del liderazgo de Lenin. Si el Imperio Soviético no hubiese tenido a Stalin o si en la Alemania de entreguerras no hubiese surgido Hitler. Pero también el liderazgo de Hitler fue producto del colapso de la República de Weimar. Y el de Stalin fue la concentración de poder Soviético. Y el profundo impacto del liderazgo excepcional de Churchill y de Gaulle se enmarca en la crisis de la Segunda Guerra Mundial.
Justamente es en momentos de crisis y transición cuando liderazgos individuales pueden definir la historia. En esos momentos de profunda intensidad, capaces de definir millones de vidas, es cuando la gravitación de liderazgos excepcionales puede cambiar el destino de naciones.
Kissinger indica que en estas circunstancias los verdaderos hombres (o mujeres) de estado tienen dos tareas fundamentales. Primero, preservar su sociedad manejando sus circunstancias en lugar de quedar abrumado por ellas. Y segundo, temperar las visiones de futuro con un sentido de límite y realidad. Churchill advirtió que los jefes de Estado no están llamados a resolver preguntas sencillas y dio un meridiano consejo para prepararse: conocer la historia, pues ella guardaría todos los secretos para liderar una nación.
En el multitudinario 62% no fueron liderazgos individuales, esos identificados por Carlyle, los que marcaron nuestro devenir. Sino que fueron las fuerzas sociales de la nación, cargadas con nuestras herencias e historia, las que rechazaron un destino al que Chile no quiere ir. Ahora, la gran pregunta es si acaso existe algún liderazgo que, quizás con algo de suerte, sea capaz de encausar y determinar el camino de Chile y hacer de nuestro futuro la historia de esos hombres o mujeres notables que tanto nos faltan.
* El autor es ingeniero civil UC y MBA/MPA de la Universidad de Harvard.
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