Columna de Juan José Obach: El abuso de las acusaciones constitucionales
Si uno lee el artículo 52 de la Constitución, cuesta encontrar en el actuar del ministro Ávila alguna acción que haya “comprometido el honor o seguridad de la nación”, “infringido la Constitución” o cometido algún “delito de traición o malversación de fondos”. Las acusaciones constitucionales no son el instrumento adecuado para evaluar la gestión de un ministro, en este caso deficiente y errática. Por lo tanto, es correcto que se haya rechazado.
Esta es la decimosexta acusación constitucional desde que Yasna Provoste fuera desterrada al exilio político el 2008. La desnaturalización de este instrumento mina la institucionalidad política y debilita la democracia. En la acusación contra Ávila quedó demostrado que solo amplifican la agenda de las barras bravas extremas, ahora reflejadas en burdas y deplorables intervenciones de la diputada Cordero y de la activista Marcela Aranda, quienes apuntaron a la orientación sexual del ministro. Con esto, de pasada, desviaron la atención de la cuestión de fondo: la deficiente gestión de Ávila.
Así, la ciudadanía se desafecta de una clase política que pierde el tiempo en peleas para debilitar al adversario, en desmedro de legislar para resolver los temas de fondo. Ninguna otra área encarna mejor este problema que la educación. Mientras ninguna de las cinco acusaciones a los ministros de Educación ha tenido asidero –incluso se llegó al absurdo de acusar al exministro Figueroa por querer abrir las escuelas–, nuestro sistema educativo hace agua: un 50% de los chilenos no entiende lo que lee (PIACC, 2018); 80% de los estudiantes no tiene conocimientos adecuados en matemáticas (Simce, 2022), y el ausentismo crónico alcanza el 39% (Mineduc, 2022).
El irresponsable abuso que hizo el oficialismo de las acusaciones constitucionales durante la administración pasada (nueve contra ministros y Presidente) no debería ser excusa para la actual oposición. ¿Estamos obligados a ser discípulos del “ojo por ojo”? Claramente, no. Seguir esta absurda lógica revanchista allana el camino al populismo y a la tentación de dividir el mundo entre buenos y malos, entre valientes y cobardes. Un libreto moralizante que con éxito utilizó el Frente Amplio respecto a la centroizquierda, la que sucumbió y con ello se desdibujó. La lección para la centroderecha es clara.