Columna de Juan Pablo Sims: Trump: el día después

El regreso de Donald Trump a la Presidencia ha reavivado una ola de fascinación y críticas tanto en Estados Unidos como en el extranjero. En Chile, al igual que durante su primer mandato, gran parte del debate se ha centrado en el estilo poco convencional de Trump, su retórica polarizante y su gusto por la controversia. Analistas, comentaristas y las redes sociales parecen cautivados por su enfoque “diferente” hacia el gobierno, insinuando en algunos casos una especie de “locura”. Sin embargo, mientras estos debates dominan los titulares, el verdadero desafío radica en comprender el marco institucional dentro del que opera el nuevo Presidente y cómo esto moldea sus políticas.

El sistema de pesos y contrapesos de Estados Unidos, aunque puesto a prueba durante el su primer mandato, sigue siendo robusto. En esta ocasión, la Corte Suprema, el Congreso e incluso la burocracia desempeñarán nuevamente un papel crítico al filtrar, moldear y, a veces, rechazar su agenda política. Es importante destacar que, aunque la Corte Suprema tiene una inclinación conservadora, no actúa como un bloque monolítico. Fallos recientes demuestran que opera como tres grupos distintos, en lugar de una mayoría conservadora abrumadora. Esta división significa que incluso políticas aparentemente alineadas con valores conservadores, como la redefinición de roles de género para reconocer solo dos sexos, están lejos de garantizarse como viables ante el escrutinio judicial.

Para Chile, entender esta dinámica es clave. Mientras que ciertas órdenes ejecutivas llamativas, como la que revoca protecciones de género, probablemente serán rechazadas o diluidas, otras con mayor respaldo institucional, como la designación de organizaciones como el Tren de Aragua como entidades terroristas, probablemente prevalecerán y tendrán implicaciones significativas para América Latina.

Una de las primeras órdenes ejecutivas de Trump, que clasifica a organizaciones específicas como grupos terroristas, destaca por su impacto potencial en Chile y la región. Esta decisión podría influir en la asistencia en seguridad de EE.UU., el intercambio de inteligencia y la coordinación de políticas para combatir el crimen organizado y las amenazas transnacionales. A diferencia de órdenes más controvertidas, esta acción probablemente no enfrentará desafíos legales significativos. Para Chile, que ha estado lidiando con crecientes preocupaciones sobre el crimen organizado, tales medidas podrían abrir caminos para una mayor cooperación con las agencias de seguridad de EE.UU. Sin embargo, también podrían venir con condiciones, complicando la política exterior tradicionalmente no alineada de Chile.

La retirada de Trump del Acuerdo de París y su declaración de una emergencia energética subrayan el giro de su administración hacia los combustibles fósiles y su desinterés por la responsabilidad ambiental. Para Chile, un líder en inversiones en energía renovable y adaptación climática, esto es tanto un desafío como una oportunidad. Por un lado, el desinterés de Trump por los compromisos climáticos podría debilitar los esfuerzos globales para abordar problemas ambientales cruciales para el futuro de Chile. Por otro lado, posiciona a Chile para asumir un liderazgo regional, llenando el vacío dejado por la desvinculación de EE.UU.

De manera similar, las tendencias proteccionistas de Trump, ejemplificadas por su retórica sobre aranceles y políticas de “América Primero”, podrían interrumpir los flujos comerciales. Sin embargo, los fuertes lazos comerciales de Chile con EE.UU. y su red diversificada de acuerdos ofrecen cierta protección. El desafío para los responsables de la política chilena será navegar por estas interrupciones mientras buscan nuevas oportunidades en otros mercados.

La mejor estrategia de Chile para prepararse para la Presidencia de Trump radica en cortar el ruido y centrarse en cómo las instituciones estadounidenses median sus acciones. Si bien la retórica de Trump puede parecer errática, las estructuras de gobierno de Estados Unidos (tribunales, Congreso y gobiernos estatales) siguen siendo frenos significativos a su poder. Estas instituciones, aunque en tensión, moldean la Presidencia de Trump más que su personalidad.

Por ejemplo, la decisión de Trump de retirar a EE.UU. de la Organización Mundial de la Salud (OMS), aunque alineada con su desconfianza hacia las instituciones multilaterales, probablemente implicará un proceso de judicialización y puede enfrentar una fuerte resistencia doméstica, especialmente ante crisis sanitarias globales. Del mismo modo, su revisión de las regulaciones federales probablemente enfrentará retrasos, ya que muchas requieren meses o incluso años de revisión burocrática y judicial.

En contraste, su restablecimiento de la designación de Cuba como Estado patrocinador del terrorismo es una decisión casi segura de mantenerse, dada su alineación con los objetivos de política exterior conservadores de larga data en EE.UU. Para Chile, tales movimientos señalan la necesidad de un reajuste diplomático cuidadoso en las relaciones regionales, particularmente a medida que las tensiones entre EE.UU. y Cuba afectan las dinámicas más amplias de América Latina.

Sí, Donald Trump es una figura única en la política global. Pero centrarse únicamente en sus idiosincrasias corre el riesgo de pasar por alto los procesos institucionales que gobiernan la política estadounidense. Chile debe involucrarse de manera pragmática, reconociendo tanto las oportunidades como los desafíos que presenta la presidencia de Trump. Al comprender la interacción entre las ambiciones de Trump y las limitaciones de las instituciones estadounidenses, Chile puede navegar mejor las incertidumbres de esta nueva era y asegurar sus propios intereses nacionales en un panorama global cambiante.

Por Juan Pablo Sims, Centro de Estudios de Relaciones Internacionales, Universidad del Desarrollo