Columna de Julieta Suárez-Cao: Inflación partidaria

Integrantes de Demócratas en el Servel este viernes.


Existe una preocupación extendida acerca del número creciente de partidos políticos. Esta preocupación es correcta, ya que la inflación partidaria no se ha visto acompañada por una mejor representación. Sin embargo, no siempre es preferible tener menos partidos que tener más. Es un error común asumir que la representación mejora con menos organizaciones partidarias. El problema real es tener muchos partidos que son indistinguibles entre sí, en los que no queda claro cuáles son los valores y preferencias que encarnan, más si además están fuertemente desconectados de la ciudadanía. Si los partidos no representan a grupos sociales ni gozan de confianza, su función articuladora se ve fuertemente mermada, ya que los acuerdos que son imprescindibles para la vida en sociedad son percibidos como espurios y denostados como mera “cocina” política.

Es verdaderamente grave el diagnóstico errado del problema de la inflación partidaria, porque propone supuestas soluciones que solo van a agravar la crisis de representación. En especial, preocupan las voces que se alzan en favor de sistemas mayoritarios, porque estos tienden a ahogar la representación de la diversidad de preferencias en la sociedad y manufacturar mayorías en el Parlamento que son inexistentes en la ciudadanía. Soluciones como sistemas mixtos no compensatorios, disminución de la magnitud de distritos electorales, aplicación de umbrales de votación excesivamente altos, por ejemplo, podrían ahondar más que solucionar el problema de representación.

Si realmente queremos reducir la inflación partidaria, habría que prohibir los pactos electorales que son los que conducen a la fragmentación y, en este contento de crisis de representación, a la proliferación de partidos de nicho con bases sociales escasas. Es preferible que los partidos compitan solos, la ciudadanía elija y las bancas se repartan proporcionalmente a los votos obtenidos. Esto llevaría a una depuración de organizaciones partidarias que no pudieran sumarse a otras para aumentar sus chances de obtener escaños. Asimismo, se podría pensar en la conveniencia de cerrar las listas, para disuadir a los díscolos de formar sus propias organizaciones y sincerar finalmente ante la ciudadanía que los escaños se asignan por el caudal de votos de las listas y no por la votación individual que recibe cada candidatura.

¿La inflación partidaria es un problema? Tal vez, pero es más problemático usarla de excusa para avanzar en reformas mayoritarias que ahonden la crisis de representación y levanten las barreras de ingreso al Congreso. Y es mucho más problemático aún que no se busque reformar las características de la institucionalidad que estimulan la proliferación de organizaciones partidarias con baja capacidad de vincularse sustantivamente con la ciudadanía. No debemos perder de vista que el peligro real e inminente sigue siendo la baja confianza y legitimidad de nuestras instituciones democráticas.

Por Julieta Suárez-Cao, profesora ICP-PUC, Red de Politólogas