Columna de Karen Thal: La muerte de Narciso
"Para muchos un posible triunfo del “rechazo” es el principio del fin de un gran sueño, pero al parecer para una gran mayoría, es solo un paso necesario en un proceso de cambio."
Los griegos utilizaron la imagen de Narciso para ejemplificar lo que mucho más tarde en la historia conoceríamos como el pecado de la vanidad. Narciso se enamora de su propia imagen reflejada en una fuente de prístinas aguas. Absorto en su propia contemplación e indolente a todo lo que ocurre a su alrededor, se queda sin fuerzas y se precipita a la fuente, donde encuentra su propia destrucción. A principios del siglo XX, un joven psiquiatra austriaco utilizaría nuevamente esta imagen para acuñar el término “narcicismo”, con la idea de definir las personalidades que no pueden vincularse y “ver” a los otros.
La generación de los 30 años estuvo marcada por la épica de la superación: recuperó la democracia, reconstruyó con entusiasmo un país que tristemente ostentaba los peores indicadores de pobreza de Latinoamérica hasta encumbrarlo, 30 años después, en lo más alto del podio de los países en desarrollo. El mejor ingreso per cápita, la mayor reducción de la pobreza, liderando en los rankings de rendimiento en educación secundaria y con una expansión inédita de la educación superior. Muchos miramos estos logros producto de 30 años de esfuerzo, como Narciso su imagen en las aguas.
Cuando estalló el 18 de octubre de 2019, la dificultad para entender qué estaba ocurriendo era evidente: primero se recurrió a teorías conspirativas que identificaban a un “enemigo externo”, después a la descalificación de “aquellos que no valoran lo que tienen”. Solo el aplastante 78% conseguido en la urnas por la opción de escribir una nueva Constitución, fue el golpe de realidad que deshizo el hechizo de la propia imagen en el agua. Tuvimos que aceptar que existía una enorme mayoría que no estaba contenta con su vida, pese a los múltiples logros de los últimos 30 años. Fue un despertar muy abrupto y amargo para una generación que había logrado tanto.
En la otra vereda, liderando el descontento de la gran mayoría de la población, emergía una generación de políticos muy jóvenes que vapuleaban sin miramientos los “logros” de los últimos 30 años. Convencidos de que lo harían mejor y más rápido, criticaban los mecanismos de financiamiento de la educación superior, acusaban de individualista al sistema de capitalización individual y de timoratos a los que defendían las reglas de equilibrio fiscal. Se convirtieron en jueces y verdugos mediáticos de los líderes de los 30 años. Líderes de la talla de Ricardo Lagos, Patricio Aylwin y Eduardo Frei, entre otros, tuvieron que soportar la diatriba acusadora de esta joven generación.
El éxito de esta nueva generación fue meteórico, en menos de un año ocupaban los principales cargos de la administración del Estado, una parte relevante del nuevo Congreso y por, sobre todo, de la Convención Constitucional, la madre de todas las batallas. La nueva generación no solo estaba a cargo de dirigir el país en el exiguo plazo presidencial, sino de fundar a través de la Carta Magna, el nuevo Chile que tanto pregonaron.
Imagino al actual presidente Boric, observando embelesado su propia imagen en el espejo, la noche anterior a asumir como presidente. De la misma manera, sus ministros y convencionales, encarnaron a una nueva generación que se observaba orgullosa en el espejo. A poco andar de la Convención, pudimos ver cómo sus integrantes sucumbían al influjo de su propia imagen, incapaces de escuchar las innumerables señales que advertían el riesgo del fracaso.
Han transcurrido meses ya desde que todos ellos asumieron sus nuevos roles y hemos sido testigos de las dificultades que han enfrentado en el ejercicio de sus nuevos cargos. La sensación que nos dejan es que su inexperiencia ha sido su talón de Aquiles. La opinión pública no ha sido benevolente ni con el nuevo Gobierno, ni con los convencionales. Según la última encuesta Cadem, 56% desaprueba el Gobierno del presidente Boric. Por su parte, antes de disolverse, la Convención Constitucional termina con un 59% de desconfianza. Sobre su obra, sólo un 10% cree que hay que aprobar la Nueva Constitución y aplicarla tal como está.
A pesar de los ambivalentes esfuerzos de presidente Boric de desmarcar a su Gobierno del resultado del próximo plebiscito, al parecer en la imagen pública el rechazo del texto constitucional también es un voto de castigo al desempeño de su Gobierno. Los sondeos muestran que, si la votación hubiese sido el domingo pasado, la opción “rechazo” habría ganado por amplio margen.
Pero gane el apruebo o el rechazo, lo cierto es que la convención fracasó en su intento por construir la casa de todos.
El mito griego de Narciso termina en tragedia. Sin embargo, la piscología moderna ha logrado construir una solución más optimista a esta condición natural de vanidad humana: Narciso no muere al caer al agua, solo despierta abruptamente del transe. La vanidad no puede erradicarse, pero sí controlarse. Las heridas narcisistas pueden ser terapéuticas.
Para muchos un posible triunfo del “rechazo” es el principio del fin de un gran sueño, pero al parecer para una gran mayoría, es solo un paso necesario en un proceso de cambio.
Al parecer, para poder avanzar era primero necesario que todos dejáramos de estar enamorados de nuestra propia imagen. Aceptar que no somos un “oasis”, ni somos jaguares. Sólo somos un país en crecimiento. Aceptar que el 78% del apruebo inicial estaba lejos de representar un país que recibiría positivamente los cambios que la nueva generación quiere implementar para transformar Chile.
¿Y qué hacemos ahora?
Parar, respirar, y volver a avanzar, sin tanto ego, sin tanta expectativa. Aceptando que lo posible solo se puede alcanzar con otros, que probablemente piensen y sientan distinto. Escuchando y siendo humildes para aceptar el valor de los que nos precedieron. Votando “apruebo” o “rechazo”, pero entendiendo que nos queda un gran trecho para llegar donde todos queremos, y ese camino lo tenemos que hacer juntos: los que viven acá, los que se fueron, los inmigrantes, los jóvenes, los viejos, los políticos, los empresarios. Y entre todos unir fuerzas, desde lo público y desde el mundo privado, para volver al foco y concentrar los esfuerzos en solucionar las demandas que dieron origen a el estallido social.
No hemos perdido dos años, sino que estamos ganando un futuro.
*La autora es gerente general Cadem.
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