Columna de Lucía Dammert: Días de furia
Vivimos contextos marcados por la incertidumbre, el malestar y la desconfianza. Luego del estallido y la pandemia, la oportunidad de aprender ha sido limitada. Muy por el contrario, somos una sociedad más intolerante, conflictiva y desconfiada. La reciente encuesta Bicentenario de la Universidad Católica así lo demostró, con bajísimos niveles de confianza en las personas, limitados conocidos y alta percepción de conflicto.
De hecho la percepción de conflicto entre el pueblo mapuche y el Estado chileno (82%) y entre chilenos e inmigrantes (78%) alcanzó su nivel más alto desde 2006. Casi la mitad del país cree que la presencia de inmigrantes nos hace un peor lugar para vivir. Solo un 19% de los encuestados cree que existe una alta o muy alta probabilidad de que una persona pobre pueda salir de esa situación, mientras que 13% cree que cualquier trabajador podrá comprar una vivienda y 6% que podrá tener una pensión digna. El futuro es oscuro.
El 1% de aprobación de los partidos políticos y parlamentarios no es un dato gracioso sino preocupante. En el medio de un año electoral y ad portas del inicio de la carrera presidencial, los bajísimos niveles de legitimidad política solo pueden permitir debates centrados en emociones poco constructivas y la lucha por la cobertura medial, cueste lo que cueste. Los escándalos constantes de corrupción, las peleas permanentes por la prensa y sobre todo la sensación de una corporación centrada en la definición de sus propios intereses son elementos evidentes de esa crisis. La política debe tener en el centro de su accionar la solución de los problemas de las personas, lo que no parece ser hoy tan evidente cuando por semanas la preocupación por la constitución de la mesa de la Cámara y las cuotas de partidos en las comisiones se tornó el centro del debate. Por supuesto que ambos procesos importantes, pero distanciados radicalmente de las preocupaciones ciudadanas diarias.
“Hay que subir los precios sin compasión, sin piedad” es una afirmación al parecer parte de una conversación entre altos ejecutivos de empresas que se habrían coludido durante la pandemia por los precios del oxígeno. Es verdad que no es el primer caso de colusión que se conoce, pero la reiteración es agravante. Además, los largos cortes de luz que afectaron a miles de vecinos por la llegada de un frente de mal tiempo en la Región Metropolitana, muestran la sensación de maltrato o directo aprovechamiento. El mundo empresarial, que reconoció durante el estallido social la necesidad de disminuir brechas de desigualdad, ampliar mecanismos de protección y sobre todo limitar posibilidades de abuso requiere entregar señales concretas que este tipo de acciones y narrativas no serán toleradas.
Esta última semana, la muerte de Franco Vargas ha sido otro ejemplo del mal accionar institucional, sensación de poca transparencia, lenta reacción política y sobre todo el mantenimiento de métodos violentos contra los conscriptos. Los altos niveles de reconocimiento sobre las Fuerzas Armadas pueden verse impactados por una sensación de discriminación y autoprotección. Complejo panorama cuando en paralelo se debate la reinstalación de tribunales militares, amplificación de funciones e incluso declaraciones de guerra interna. El slogan político sin contenido puede aumentar el malestar ciudadano y la sensación de orfandad frente a la violencia y el delito.
Todo lo anterior se suma a múltiples situaciones que han ido consolidando una sensación constante de malestar que podría terminar en un nuevo día de furia ciudadano, esta vez no marcado por la protesta callejera sino por dos posibles caminos peligrosos. El castigo electoral eligiendo a cualquier candidato, sin importar posición política, que proponga “terminar con la casta” es un camino. El otro es la consolidación de una cultura de la ilegalidad generalizada donde gana el más fuerte y lo colectivo deja de ser un horizonte de construcción. Contener el escenario marcado por la furia es una tarea fundamental de aquellos que pretenden ser los líderes democráticos del futuro, el tiempo se está acabando.