Columna de Lucía Dammert: Trump en América Latina, el reality del poder
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El Presidente Trump usa con maestría el espectáculo como herramienta de poder, capta la atención, instala agendas y genera situaciones de tensión. Desarrolla un concepto atractivo, hacer América grande de nuevo, una idea amplia, casi indefinida, que puede ser llenada por acciones y políticas diversas, pero de fácil recuerdo, donde los superlativos abundan (todo, nada, siempre, odio). Instala un reparto de participantes llamativos e incluso carismáticos. Primero su hija Ivanka y ahora Elon Musk se roban la atención. Además, constantemente instala temas que considera “fundamentales” y los anuncia por redes sociales interactuando con una ciudadanía tratada como público que requiere drama, contenido, verdades e incluso mentiras. La viralización de información sobre usos indebidos de dinero y la parcialidad en la forma como se han analizado las acciones de su principal institución de cooperación, USAID, es un ejemplo. Todo vale para aumentar el rating o el apoyo político.
Elemento central es la construcción de momentos virales y de controversia controlada. Alto impacto que aumenta la conversación, consolida audiencias, define amigos y enemigos. El éxito requiere de apoyo entre los jugadores, pero principalmente del público. Fuimos testigos de la tensión mundial de la amenaza de los aranceles a sus vecinos. Crisis que la TV o YouTube puede ser entendida como controlada, pero que en el plano político mundial genera pérdidas de confianza, limitación de la legitimidad de las instituciones, erosión del orden mundial y consolidación de un público acostumbrado a que la forma de enfrentar conflictos es el matonaje.
Tal vez el elemento más relevante de este tipo de programas es la necesidad constante de la construcción de drama y conflicto dentro y fuera del show. Se potencian las peleas personales, se inventan aristas, tensiones y estrategias que buscan captar la mirada a veces inocente de un público aún sorprendido por la brutalidad de las afirmaciones y la aparente severidad de los conflictos.
En la relación con América Latina, el show está completo. Partimos con el Presidente Trump declarando desde la Oficina Oval que los países latinoamericanos “nos necesitan mucho más de lo que nosotros los necesitamos a ellos”. Dejando de lado el rol e importancia geoestratégica de la región, pero también el impacto de los millones de latinos que sostienen partes importantes de la economía norteamericana.
Que el Canal de Panamá es norteamericano. Que el Golfo de México es el Golfo de América. El reality en su máxima expresión. También la definición de los carteles de las drogas como grupos terroristas que podría abrir la puerta una intervención militar sobre territorio mexicano. Las deportaciones con evidentes signos de maltrato pueden ser una buena imagen televisiva para las redes sociales ultranacionalistas de los Estados Unidos, pero las críticas de los gobiernos no han sido pocas. El Presidente Petro entró en el reality y salió castigado, respuestas por redes sociales, falta de estrategia de mediano plazo y de perspectiva regional lo llevaron a ser visto como un jugador inexperto que no conoce las reglas de un juego donde las narrativas y los Twitter de 300 caracteres ya no los lee nadie. En el reality nadie es realmente amigo o enemigo. Una de las mayores sorpresas del gobierno de Trump podría ser el pragmatismo para tratar a Maduro. Por ahora no ha sido elegido como foco de sus críticas, por el contrario, se ha llegado a acuerdos para intercambio de detenidos.
El panorama no es el ideal. En política exterior no hay temporada que se acabe, ni editores que puedan cambiar o borrar los momentos más deplorables, muchos actores aún no salen del impacto de ver no un cambio en las reglas del juego político, sino más bien en la definición de un nuevo juego. Eso sí, el capítulo más interesante será cuando Trump y Musk empiecen a mostrar sus diferencias y distancias. Esa pelea, sin duda, tendrá audiencia.
Por Lucía Dammert, académica de la Universidad de Santiago.
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