Columna de Macarena García: Inversión pública: ¿el día de la marmota?
El cineasta Harold Ramis, en su película “Groundhog Day” (“El día de la marmota” en Chile), narra la historia de un soberbio meteorólogo de televisión de Pittsburgh encarnado por Bill Murray que, al cubrir el acontecimiento anual del “Día de la marmota” en un pequeño pueblo de Pensilvania, queda atrapado en un ciclo de tiempo, repitiendo el mismo día una y otra vez hasta el absurdo. Ante ese escenario angustioso y desesperante, decide replantear profundamente el curso y las decisiones que ha tomado en su vida.
A propósito de lo anterior, constatamos que todos los meses de septiembre y octubre de cada año se acuerda en el Parlamento chileno cuántos recursos del Presupuesto de la Nación se destinarán a la inversión pública. Sin embargo, a pesar de estas constantes promesas, en los últimos 12 años, el gasto en inversión pública efectivamente ejecutado en cada período ha sido siempre menor al comprometido en 10% promedio anual. Hasta mayo del presente, esta tendencia sigue intacta.
Distintos motivos explican esta persistente subejecución del gasto público en inversión. La evidencia internacional indica que esta situación se da en países en vías de desarrollo por razones políticas, al no poder reducir otros gastos menos productivos, como los subsidios y otras prebendas, para liberar los recursos necesarios con el fin de aumentar la inversión.
Por muchos, años Chile fue la excepción a esta regla, dándole cada vez más importancia a la inversión dentro del Presupuesto y su posterior ejecución, hasta alcanzar un máximo de 21,4% del gasto público total en 2011. Sin embargo, a partir de ese año, este tipo de inversión ha perdido persistentemente importancia en las decisiones de política pública.
Esta inversión es fundamental para el crecimiento económico y necesaria para el bienestar de la sociedad. Y a pesar de ser pequeña (solo 20% de la inversión total), juega un papel clave para el crecimiento, debido al efecto positivo sobre la productividad de las empresas privadas.
Por ejemplo, el gasto en carreteras, aeropuertos, puertos, aumentan la eficiencia y rentabilidad del sector privado; lo mismo puede ocurrir con inversión pública en salud y educación, mejorando así la calidad de la oferta laboral, aumentando la productividad del sector privado y generándose más puestos de trabajo. De hecho, la Comisión sobre Crecimiento y Desarrollo (2008) ya señalaba que los países de rápido progreso muestran un alto nivel de inversión pública y desarrollo de su infraestructura -como las mencionadas carreteras, aeropuertos y puertos-, que se traducen en una plataforma para el crecimiento nacional.
Es fundamental fijar prioridades genuinas y ser más rigurosos al comprometer la ejecución de la inversión pública en montos y plazos, de lo contrario seguiremos atrapados, iterando una y otra vez nuestro interminable y vicioso “Día de la marmota”.