Columna de Macarena García: Orgullo y prejuicio
Por Macarena García, economista senior de Libertad y Desarrollo
La RAE define orgullo como un “sentimiento de satisfacción por los logros, capacidades o méritos propios o por algo en lo que una persona se siente concernida” y prejuicio como una “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”. Ambas palabras solo las había visto relacionadas en aquella novela de Jane Austen, pero nunca pensé que se podrían aplicar tan acertadamente a la actual situación de la minería en Chile.
¿Por qué se evoca el orgullo? Es innegable que parte de nuestra identidad cultural y desarrollo económico, se deben a la actividad minera, incluso mucho antes de la llegada de los españoles. En sus inicios, el mineral era utilizado para fabricar herramientas y adornos, para continuar como una pequeña industria durante los primeros 200 años desde la Conquista y comenzar recién en torno a 1820 la expansión de su producción. Durante los siglos XIX y XX Chile se posicionó como importante productor de cobre a nivel mundial y hoy nos mantenemos en el primer lugar.
Su impacto en nuestro desarrollo no solo se debe a esta notable trayectoria -que nos enorgullece- sino a la contribución reflejada en diversos indicadores, entre los que destacan: el aporte de 13% promedio de los ingresos fiscales desde el 2000, con un peak de 30% en 2006; a la distribución del 90% de sus ingresos entre impuestos, proveedores y trabajadores; en la atracción del 36% de la inversión extranjera directa de los últimos años; al aporte de más del 54% de las exportaciones, de las cuales el cobre representa más del 90%, transformándose en la principal fuente de divisas del país; al aporte directo del 10% del PIB total y del 3% del empleo del país (20 y 9%, respectivamente, si consideramos sus aportes indirectos); a los elevados sueldos de la minería y a las más de 3.000 empresas chilenas que son proveedoras de esta actividad.
¿Por qué nos evoca el prejuicio? Porque a pesar de todo lo anterior, en el intenso debate legislativo que se está llevando a cabo por la implementación del royalty a la minería se han escuchado argumentos muy preocupantes, tanto por el encono hacia el sector, como por el profundo desconocimiento respecto de él y su vinculación con nuestra historia económica y social.
¿Y cómo debería terminar esta historia? A diferencia de la novela de Austen, el fin no se ve feliz, no a menos que cambiemos la forma de mirar a este sector y que le demos el lugar que merece en nuestro desarrollo pasado y determinante del futuro. De seguir permeando estos prejuicios en nuestra legislación se pone seriamente en riesgo la vinculación de este sector con nuestro futuro económico y social. El problema -y la oportunidad- es que el cobre y la minería en general seguirá siendo fundamental en el combate al cambio climático por todos sus usos y beneficios, llevando a su demanda a crecer exponencialmente en el mediano o largo plazo. De nosotros depende que seamos parte de esta fiesta y que predomine la sensatez sobre el sentimiento.
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