Columna de Macarena Yancovic: ¿Por qué y para qué evaluamos en las escuelas?

Simce


Últimamente ha sido muy discutido el fin que tiene la prueba censal Simce en nuestro país, el alcance que tiene como un sistema de rendición de cuentas o accountability y el estrés que genera en los diversos actores de la comunidad educativa.

Si bien esta prueba, que se debe rendir el próximo 16 y 17 de noviembre para los alumnos de 4° básico, y los días 23 y 24 del mismo mes en el caso de los estudiantes de 2° medio, nos entrega una foto de cómo se encuentra el nivel de logro de los niños, niñas y adolescentes en distintos niveles, el problema radica en qué hacemos con los resultados que esta nos entrega.

Lamentablemente, estos se han caracterizado por ser de carácter más punitivos que constructivos, además de evidenciar las brechas existentes entre las distintas dependencias, estigmatizando de esta manera a distintos establecimientos que no cumplen con el nivel esperado.

Si le diéramos un pequeño giro a esto, podríamos ver los resultados de esta prueba como una oportunidad de mejora, como un instrumento que nos permite saber dónde debemos poner los esfuerzos para así llegar a los niveles de logro esperados y brindar un desarrollo de calidad a todos los niños, niñas y adolescentes, con el fin de mejorar el proceso de enseñanza-aprendizaje y no de remediar producto del fantasma del cierre.

Ahora, este problema también se encuentra a nivel micro, pero no siempre se debate: ¿por qué y para qué se evalúa en la sala de clases? Al igual que el Simce, por décadas la evaluación estaba solamente centrada en determinar el nivel de logro de cada estudiante, siendo esto su fin último. Pasada la evaluación -generalmente de carácter sumativa, estilo prueba y realizada al finalizar las unidades de aprendizaje- se comenzaba con una nueva unidad o tema, dando por cerrada la anterior y dejando, de esta manera, aprendizajes logrados o truncados y perdiendo así la riqueza de la información que ésta posee.

Con esta información podríamos realizar diversas acciones, como identificar no solo el nivel de logro de mi grupo, sino que de cada uno de mis estudiantes, permitiendo de esta manera conocer los aspectos que cada uno de ellos necesita reforzar, dando paso así a la tan anhelada enseñanza diversificada, pilar fundamental y central de toda escuela inclusiva.

Así nos alejamos de la práctica homogénea, con la cual “exponemos” a todos los y las estudiantes al mismo método de enseñanza, lo que claramente derivará en que algunos comprendan y aprendan mientras otros no comprendan y se les dificulte el aprendizaje.

Una actividad clásica que podemos encontrar es, por ejemplo, resolver problemas matemáticos exclusivamente de manera mental: ¿qué sucede con aquellos estudiantes que aún son concretos? Es por esto que una clase debe ofrecer oportunidades de aprendizaje globales, en la cual todos y todas puedan desarrollar, reforzar y potenciar sus aprendizajes con el fin de evitar las brechas, permitiendo así lograr un aprendizaje armonioso que entregue las herramientas necesarias para que cada niño, niña y adolescente pueda desarrollarse con el fin de lograr aprendizajes de calidad.

Es por esto la importancia de contar no solo con evaluaciones sumativas, sino que también con aquellas de tipo formativa, que nos entregue información de manera constante a lo largo del desarrollo de la clase y de toda la unidad de aprendizaje, permitiendo de esta manera tomar decisiones informadas en todo momento y no solo al final de la unidad.

Teniendo lo anteriormente expuesto en consideración, podremos comenzar a avanzar hacia una educación de calidad que ofrezca a los futuros ciudadanos herramientas que les permitan desenvolverse de manera exitosa en la vida, estudiando y trabajando en lo que quieran y no en lo que puedan.

Por Macarena Yancovic, directora de Pedagogía en Educación Básica, Universidad Finis Terrae

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