Columna de Magdalena Browne: Tibias esperanzas

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Tibias esperanzas. Andres Perez


Hace 15 años, siete de cada diez chilenos creían que el país podía avanzar o ser desarrollado en el plazo de una década. Desde entonces, esa esperanza se fue desvaneciendo, marcando su peor registro en 2022, cuando solo un 37% declaró como posible esa meta (Bicentenario UC, 2024). Esta magra visión de largo plazo, que recrudeció tras 2019, ha ido de la mano con la idea mayoritaria de que el país está “estancado” o en “decadencia” (CEP, 2024). En el último quinquenio, los fallidos procesos constitucionales, el exiguo crecimiento económico y la incapacidad de la clase política de ponerse de acuerdo respecto a reformas cruciales, no menguaron este nuevo tipo de malestar, sino que lo aumentaron. De hecho, hoy la mayor desavenencia observada por la ciudadanía es de carácter político: casi un 80% percibe un gran conflicto entre gobierno y oposición (Bicentenario UC, 2024).

A la hora de hacer el balance de fin de año y formular proyecciones para el próximo, a primera vista, se ve difícil que esta corriente inercial de opinión se modere: las apuestas de los chilenos para el 2025 son aún más bajas que las que manifestaron el año pasado (Cadem, 2024). Las ralentizadas discusiones parlamentarias, que obstaculizaron los acuerdos de pensiones y del sistema político, y la explosiva combinación de escándalos institucionales como los casos Audios-Hermosilla y Monsalve, no solo impactaron los ya alicaídos niveles de confianza ciudadana en los tres poderes del Estado, sino que no aportaron -por decir lo menos- a revertir el pesimismo.

Al respecto, sin embargo, la encuesta Bicentenario-UC, publicada a fines del 2024, muestra una suerte de paradoja respecto a cómo los chilenos ven el futuro del país: mientras las expectativas de corto plazo son bajas, las de largo alcance se vislumbran algo más positivas, con un 49% que cree que Chile puede llegar a ser desarrollado en los próximos diez años -esto es, 12 puntos más que en 2022, cuando este indicador marcó su registro más bajo-. Las razones de esas tibias esperanzas aún cabe dilucidarlas, así como queda por saber si realmente la clase política será capaz de trabajar con vista a ese horizonte de largo plazo.

Volvamos a una cuestión central: la desesperanza no solo cimenta una visión de futuro que inmoviliza en el presente, sino que siembra un terreno fértil para el populismo y soluciones políticas ineficaces. En 2025 habrá una elección presidencial transcendental: la manera en que se despliegue el debate político y se formulen promesas y programas para el desarrollo del país -desde una retórica simplista, maniquea y cortoplacista, o bien se apele al sentido colectivo y al diálogo, con propuestas sustantivas de largo aliento- puede determinar si el próximo año se constituye en un interludio hacia no solo un mejor clima de opinión, sino sobre todo hacia un nuevo ciclo político, que asiente bases más sólidas para el progreso del país.

Por Magdalena Browne, decana Escuela de Comunicaciones y Periodismo, UAI

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