Columna de Magdalena Merbilháa: Podredumbre en Chile

El contralor Jorge Bermúdez,  en sesión de la comisión de Gobierno Interior de la Cámara de Diputados.
El contralor Jorge Bermúdez, en sesión de la comisión de Gobierno Interior de la Cámara de Diputados. Foto: Pablo Ovalle Isasmendi / Agencia Uno.


Huele a podrido. Lo cierto es que el destape del caso “Fundaciones” que reveló un mecanismo al interior del gobierno, usando a los gobiernos regionales, desfalcando la plata para “los más pobres” para financiar la política, no ha dejado a nadie indiferente. La generación que venía a cambiar la política venía a “meter las manos”, para asegurar su bienestar futuro, para cuando no sean gobierno. Aquellos con “conciencia social” pusieron su interés personal por sobre el bien común. Esto que es inmoral por donde se lo mire, se complejiza más cuando desde el gobierno justifican estos actos, sin asumir las responsabilidades individuales culpando al “empedrado”.

Tras el informe del contralor Jorge Bermúdez, la vocera de gobierno, la comunista Camila Vallejo, evidentemente y como parte de la pauta, responsabiliza a la “derecha”, por el diseño de transferencias de recursos. Del mismo modo, respalda al ministro Carlos Montes, titular de la cartera de Vivienda, quien a vista de todos era el “único que no sabía”, lo que deja en evidencia no tener sentido de la responsabilidad. Haber sabido lo hace culpable y no saber lo hace culpable por “notable abandono de deberes”. Del mismo modo, Vallejo apuntó a la “debilidad institucional” como la razón para que quienes quieran defraudar al fisco, lo hagan. Esto es afirmar que “la ocasión hace al ladrón”. Pareciera ser que plantea que “ellos eran buenos, pero las ‘oportunidades’, los corrompen”. No, eran corruptos y buscaron servirse del Estado y usar el dinero de todos los chilenos, destinados a los más pobres, para servirse. Esta argumentación supone que, si una casa está abierta, debemos entrar a robar. Esta afirmación supone que todos somos ladrones en potencia y que es solo la ley, la fiscalización la que lo impide. Eso no es así, y si lo fuera, todo está podrido. A este evidente y descarado caso de corrupción se suman la filtración de audios de un connotado abogado de la plaza en el que deja claro “cajas pagadoras” de coimas a funcionarios estatales, asegurando que “así se hacen las cosas en este país”.

Todo esto nos hace preguntarnos, ¿somos realmente el Oasis de Latinoamérica? ¿Somos realmente diferentes? La verdad es que no. Chile es un país corrupto, huele a podrido por todas partes y esto se debe a la falta de objetividad respecto al bien y al mal. Sin eso, no hay moral posible. Lo malo es malo, aunque todos lo hagan y lo bueno es bueno, aunque pocos lo hagan. Lo correcto, no depende de la moda, de la ocasión y necesariamente implica autocontrol. La lucha personal constante entre el bien y el mal solo es posible cuando se tiene claro qué es el bien y qué es el mal. Eso es el mínimo “civilizatorio” en una sociedad. De otro modo, liberando las pasiones humanas, ciertamente el “hombre es un lobo para el hombre”, como planteaba Hobbes.

El problema es profundo, ya que desde la deconstrucción y la llamada visión “liquida” de todo, no hay nada real, nada cierto y nada objetivo. Por lo mismo, lo bueno y lo malo se define desde lo personal. Ciertamente para el señor Andrade “el mecanismo”, en lo personal, era algo bueno. Subjetivamente bueno, pero a todas luces, objetivamente malo. ¡No todo es subjetivo, no puede serlo, no debe serlo! Robar es siempre malo, aunque se haga en nombre de la “justicia social”. Nada puede justificar robar. Ningún bien se hace desde un mal. Además, viendo los acontecimientos, vemos que en el nombre de la “justicia social” desfalcaron las platas públicas destinadas a los más pobres. Realmente una paradoja.

Tenemos que volver a la realidad y al realismo. Entender que hay cosas objetivas que simplemente son. Son evidentes, se aparecen a los sentidos. Que el ser humano busca la verdad y que una sociedad que de base niega el concepto y relativiza todo esta inexorablemente condenada a la podredumbre. La verdad filosófica está unida al bien y a la belleza. Son una triada inseparable que los griegos ya entendían a cabalidad. Conscientes de la dimensión trascendente del ser humano hablaban de la necesidad de orientar la vida humana hacia ese fin, y entendiendo la debilidad humana llamaban a fortalecer una vida virtuosa. Fomentar las virtudes que ayudan a hacer lo correcto, dejando de lado los vicios. Eso que ya los griegos atisbaban mucho antes de Cristo, con el cristianismo y como pilar fundamental de la cultura cristiano occidental, se completa entendiendo que ese concepto de Verdad es Dios. El parámetro que establece que algo es bueno objetivamente y que algo es malo objetivamente. Es la línea del horizonte, la medida de las cosas. Si eliminamos ese concepto, la medida de las cosas soy yo, cada persona y, por tanto, el bien y el mal son relativos a esa persona. Eso es altamente complejo, socialmente invivible y personalmente destructivo.

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