Columna de Magdalena Vergara: ¿Estamos satisfechos?

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Andrés Pérez


A cinco años del estallido, la sensación que se repite en diversos espacios es que estamos peor que antes. Por lo mismo, a muchos no dejó de sorprendernos que, conforme a la encuesta CEP, el 73% de los chilenos encuestados se siente satisfecho con su vida.

Si bien el chileno suele sentir que está mejor que el resto, llama especialmente la atención los altos niveles de satisfacción dado el contexto país en que estamos, marcado por la crisis de seguridad y económica. ¿Cómo se explica esta satisfacción personal en un contexto sociopolítico peor que antes?

Una posibilidad, es que la satisfacción que dicen tener los chilenos con su vida, sea una respuesta a la incapacidad que ha tenido el Estado de responder a los procesos y demandas sociales. Es decir, ante un Estado fallido, los chilenos se han volcado hacia sus propias vidas, puertas adentro, pues ya no esperan nada, ni tampoco creen que pueden hacer algún cambio. Lo cual es coherente con la sensación de desesperanza o de estancamiento que también manifiestan.

De ser así, el dato deja de ser tan feliz y se convierte en una consecuencia más de los problemas que veníamos observando. Así, puede entenderse como reflejo de los procesos de individuación y pérdida de lo colectivo. Me preocupo por mi vida, por salvarme a mí mismo, pues del Estado, de lo público, no se espera nada. Irónicamente, ello sólo acrecienta la falta de cohesión social y la desconfianza, que están en la base del malestar social.

Si la hipótesis planteada tiene algo de cierto, el problema es aún más complejo. Pues no sólo se estaría mostrando que no hay ninguna esperanza en lo que pueda hacer o no hacer el Estado. Sino que son precisamente aquellos ámbitos públicos, donde juega un rol el Estado, los que generan insatisfacción. En este sentido, mientras se ha aprendido a valorar los logros alcanzados, especialmente luego de haber vislumbrado muy de cerca la posibilidad de perderlo todo por la violencia, los saqueos, la pandemia o transformaciones radicales que propuso la fallida Convención. La experiencia con el Estado y los espacios comunes ha sido la opuesta. Un Estado que renunció a dar las seguridades más elementales en los momentos más críticos, que muestra desprecio hacia el esfuerzo, la falta de atención en caso de necesidad ya sea por salud o ante un asalto. Que entrega un trato “de ventanilla” al igual que la empresa telefónica, o la eléctrica-, que termina por confirmar que hay que arreglárselas solos.

La pregunta que queda sobre la mesa - ante un análisis que puede sonar fatalista- es si tendrá la política conciencia y capacidad para hacerse cargo de los problemas de fondo que subyacen a todo esto. Si debemos juzgar por lo que nos han mostrado los últimos días…preocuparnos nos queda corto.

Por Magdalena Vergara, directora de estudios IdeaPaís

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