Columna de Manuel Agosin: La mala educación



Llama la atención que un conglomerado político que saltó a la palestra pública enarbolando la bandera de la educación gratuita y de calidad (énfasis del autor) le haya dado tan poca atención al tema de la calidad en la educación básica y media. También puede ser que algún plan para mejorar la educación antes de la superior ya esté en diseño, pero si fuera así no se entiende que no hayan dado pistas acerca de cómo se va a trabajar el tema. Trasladar la educación pública desde los municipios a entes descentralizados pero dependientes del Ministerio de Educación no va necesariamente a mejorar la enseñanza. Lo único que sabemos es que las escuelas emblemáticas, que solían ser un mecanismo histórico de movilidad social, se han transformado en campos de batalla donde campea la delincuencia. Ahora se nos dice que los Liceos Bicentenario dejarán de recibir recursos especiales que los pueda transformar en liceos de excelencia.

La mala calidad de la educación pública en Chile es un problema que se arrastra por mucho tiempo. Los puntajes de las pruebas PISA de la OCDE, que miden la capacidad de jóvenes de 15 años para aplicar conceptos de matemáticas, ciencias y lenguaje en la vida diaria y que se administran en muchos países y no solo en los que pertenecen a la OCDE, nos colocan muy por debajo de la media mundial y, también, en lugares bastante inferiores a los que registran los países de Europa Oriental y de Asia que están en un rango de ingresos per cápita parecido al de Chile. Si queremos abrirles horizontes a nuestros jóvenes, tenemos mucho camino que recorrer en la formación previa al ingreso a la universidad. De hecho, las deserciones y repitencias en la universidad se deben en buena parte a la mala base con la cual llegan los estudiantes a la educación superior.

Particularmente preocupante es la escasa formación que los niños y jóvenes chilenos reciben en habilidades no cognitivas (o socioemocionales). Ellas incluyen la perseverancia, la capacidad para postergar gratificaciones, la autoestima, la confianza en sus pares, el trabajo en equipo, la cooperación, la educación cívica, el respeto por los demás y por los bienes colectivos. Si bien estas habilidades comienzan a instalarse en el hogar, también deberían tener un lugar destacado en la educación básica y reforzadas en la media.

También echo de menos en nuestros jóvenes la curiosidad por lo que pasa en el mundo; mis estudiantes rara vez contestan una pregunta acerca de algún acontecimiento mundial en curso. Asimismo, veo en los jóvenes una total ignorancia con respecto a las expresiones más elevadas de la cultura (literatura, música universal, artes plásticas), algo que solía cultivarse cuando yo fui estudiante. En fin, debemos dedicarle muchos más recursos y esfuerzo a mejorar integralmente nuestra educación básica y media. Ahí es donde nos jugamos el futuro económico y social de nuestro país.

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