Columna de Manuel Hasbún: El calvario de Gaza

Palestinians inspect houses, destroyed in Israeli strikes during the conflict, at Khan Younis refugee camp
A Palestinian woman walks among the rubble, as she inspects the houses destroyed in Israeli strikes during the conflict, amid the temporary truce between Hamas and Israel, at Khan Younis refugee camp in the southern Gaza Strip November 27, 2023. REUTERS/Mohammed Salem


Escribo cuando han transcurrido más de 70 días desde la fecha en que Hamas atacó a Israel. Y las cifras y los hechos informados ese mismo día por la potencia ocupante de Palestina, para encender la ira en Israel y sus aliados, han sufrido modificaciones, de acuerdo a informaciones emitidas en este lapso por la prensa israelí, especialmente el diario Haaretz, la que al respecto resulta bastante más creíble que la occidental.

Pues bien, la cantidad de muertes bajó de 1.400 a poco más de 1.200 personas, de las cuales alrededor de un tercio corresponde a soldados y policías israelíes; el resto, se reparte entre efectivos de Hamas y civiles. Y definitivamente, ¡no hubo bebés degollados ni violaciones! Y no se puede descartar la posibilidad de que muchas muertes hayan sido provocadas por el propio ejército israelí, cuando trataba de repeler el ataque de Hamas y disparó en forma indiscriminada desde sus helicópteros, en contra de una multitud que huía y en la cual se encontraban tanto efectivos de Hamas como civiles. Difícilmente se podrá encontrar esta nueva información en la prensa occidental.

Bajo este nuevo panorama, se puede lícitamente suponer que el propósito del ataque de Hamas fue secuestrar rehenes, para posteriormente canjearlos por prisioneros palestinos que se pudren en cárceles israelíes, entre los cuales se cuentan miles de niños. Cabe consignar que muchos de ellos no han sido juzgados y se les mantiene encarcelados por tiempo indefinido, sin que conozcan los cargos, bajo la infame figura de “detención administrativa”. En base a esa farsa legal opera “la única democracia del Medio Oriente”.

Pese a estos nuevos antecedentes, Israel ya logró su propósito: horrorizar al mundo ante los presuntos actos de salvajismo, para justificar su criminal ofensiva sobre Gaza, logrando que nadie se atreviese a condenar en los primeros días, la masacre que se desató sobre miles de civiles palestinos inocentes.

A estas alturas, el balance en Gaza resulta desolador: más de 25 mil muertos, de los cuales cerca de 10 mil eran niños y no más de 2 mil eran combatientes de Hamas, y su número podría aumentar considerablemente, puesto que hay alrededor de 8 mil personas desaparecidas bajo los escombros; 65 mil viviendas totalmente destruidas y 170 mil, en forma parcial; gran parte de la infraestructura de las ciudades está inutilizable, con hospitales y escuelas convertidos en objetivos bélicos y por lo tanto, bombardeados. Un millón novecientos mil gazatíes han sido desplazados de su lugar de origen. Un desastre humanitario total, donde faltan el agua, alimentos y medicamentos.

Y no resulta mejor el balance en Cisjordania, pese a que allí Israel no puede invocar la presencia de Hamas para justificar sus tropelías. Pese a ello, ya se eleva a cerca de 250 el número de palestinos asesinados por el ejército o los colonos extremistas armados, los cuales han llegado incluso a quemar casas palestinas y a usurpar aún más tierras.

Según el Derecho Internacional, todas estas acciones de Israel son constitutivas de crímenes de guerra, ya que está llevando a cabo una vez más, una limpieza étnica y asesinando a mansalva a civiles inocentes. Por muy condenables que pudiesen resultar los actos de Hamas del 7 de octubre, nada justifica las masacres del ejército israelí en contra de palestinos indefensos. Y tampoco resulta lícito continuar invocando el ya gastado slogan de que “Israel tiene derecho a defenderse”. Quienes lo esgrimen, al parecer no logran captar el contrasentido implícito en el hecho de afirmar que una potencia ocupante tiene “derecho a defenderse” del pueblo bajo ocupación.

El calvario del pueblo palestino se ha desarrollado ininterrumpidamente durante 75 años. Abandonado y despreciado por las grandes potencias, las cuales decidieron en 1947, a través de una resolución de la ONU, la partición de su territorio, los palestinos fueron convertidos en el chivo expiatorio de culpas ajenas - el holocausto - cuyos exclusivos responsables fueron europeos. Y si en algún momento pretenden rebelarse, cae sobre ellos el estigma de “terroristas”. Y hasta tal punto llega el desprecio de los dirigentes sionistas por este pueblo, que un ministro israelí sugirió el lanzamiento de la bomba atómica sobre Gaza, pensando tal vez en que esa podría ser la “solución final” del problema palestino; y por su parte, una exministra de justicia, Ayelet Shaked, postulaba que 2 millones de palestinos debían ser expulsados de Gaza y avecindarse en otros países. ¡Con qué descaro y frivolidad los dirigentes sionistas proponen la comisión de semejantes crímenes de guerra!

Teniendo presente este genocidio plenamente en curso, creo pertinente dejar planteada una interrogante: ¿Serán capaces los dirigentes sionistas de captar la brutal contradicción en que incurren cada vez que invocan el holocausto, mientras simultáneamente apoyan en forma irrestricta el genocidio que Israel está llevando a cabo? Porque al parecer, la única lección que han aprendido de ese hecho histórico, es la de asumir ahora el papel del verdugo de antaño.

Frente a esta horrible catástrofe, me atrevo a afirmar que estamos en presencia del peor momento en la vida del pueblo palestino desde 1948, fecha de la creación del Estado de Israel. Todo es oscuridad, desánimo, frustración e impotencia. No existe recurso humano al cual asirse para oponerse a la acción genocida de Israel. Pero es precisamente en momentos como este cuando hay que traer a la memoria a nuestros padres y abuelos, nacidos en Palestina, el blad, la tierra, palabra que pronunciaban con emocionada nostalgia. Y nos bastaría con recordar su ejemplo: al comenzar el siglo XX, se vieron en la obligación de abandonar su patria, para instalarse en un continente lejano y en un país casi desconocido llamado Chile, contando con muy pocos recursos y sin conocer el idioma, la idiosincrasia y la cultura de su nuevo país.

¿Misión imposible? No lo fue para ellos, pues traían consigo un tesoro escondido, que consistía en esa cultura milenaria de la tierra que los vio nacer: su amor incondicional por la familia y el clan familiar, el hamule; una disciplina de trabajo incansable como medio de subsistencia y, ante todo, una fe inquebrantable en Dios, ¡Alah!, al cual escuchábamos invocar a nuestros mayores antes de emprender un nuevo camino o desafío o enfrentar un peligro.

Es por eso que en estos momentos de tristeza, impotencia y desolación, debemos recurrir a nuestras raíces y valores ancestrales, a fin de no perder jamás la fe en que el pueblo palestino resurgirá de las cenizas del presente genocidio. Y para quienes somos creyentes, valga la esperanza de que este pueblo no será abandonado por Aquel palestino de religión judía nacido hace 2.000 años en Belén, Palestina, Dios para los cristianos y profeta para los musulmanes.

Y para enfatizar aún más nuestra fe en la resiliencia de nuestro pueblo ancestral, reproduzco una definición de “pueblo palestino” que alguna vez leí y cuyo autor desconozco, que reza así: “Palestinos son aquellos que vivían en Palestina antes de que llegara el primer invasor; y son los que seguirán viviendo allí después de que se haya marchado el último invasor.”