Columna de Marcelo Contreras: Bad Bunny: ¿qué hay de nuevo, viejo?

Bad Bunny
Bad Bunny

Así como la generación del bolero y el tango consideraba al rock & roll como un calambre en los oídos, sin descifrar el link de la juventud con esa música acelerada y amplificada a volumen ensordecedor que sacudía el viejo orden, los adultos del presente mantienen la tradición del menosprecio y la desconexión, ofendidos por la presencia de Bad Bunny en el Nacional.



La primera vez que la opinión pública chilena se enteró de la existencia de Bad Bunny no fue gracias a las tradicionales secciones de espectáculos, sino por la crónica roja. Su show en Espacio Broadway del 2 de septiembre de 2017 terminó anticipadamente con una supuesta balacera. La estampida y el caos remataron con un par de víctimas fatales por atropello. La policía descartó los disparos, pero por un tiempo su nombre quedó asociado a la cultura callejera teñida de violencia.

Cinco años después, aquel episodio parte de una gira que cubrió desde Viña del Mar hasta Temuco -nítida demostración del temprano arrastre del puertorriqueño-, resulta anecdótico y hasta inconexo con el presente del astro mundial, que se tomará el Estadio Nacional el próximo 28 de octubre. El título del más grande del momento lo certifica Spotify. Es el artista más escuchado del planeta en los dos últimos años.

Así como la generación del bolero y el tango consideraba al rock & roll como un calambre en los oídos, sin descifrar el link de la juventud con esa música acelerada y amplificada a volumen ensordecedor que sacudía el viejo orden, los adultos del presente mantienen la tradición del menosprecio y la desconexión, ofendidos por la presencia de Bad Bunny en el Nacional. En este contexto, es como si Michael Jackson hubiera desembarcado en el recinto de Ñuñoa en 1983 haciendo el moonwalker.

A los 27 años, Benito Antonio Martínez Ocasio encarna un fenómeno generacional gracias al talento y lucidez para leer el momento -rasgo común entre los más grandes-, junto con aportar singularidades. No es una belleza, pero resulta atractivo utilizando el sexo con un abanico más amplio que sus colegas, como lo demuestra en el video de Yo perreo sola. El mensaje no solo es visual al vestir como mujer, sino que la letra reconoce que en estos tiempos ellas no necesitan compañía para divertirse.

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La generación X puede clamar al cielo. Queen hizo lo mismo en la fenomenal I want to break free en 1984. Pero la lección es siempre la misma: la historia es cíclica y el presente se alimenta del pasado.

Bad Bunny lee el momento cuando interrumpe una gira por Europa en julio de 2019 y regresa a su país para desbancar al gobernador Ricardo Roselló, posando como un Che Guevara de discursos incendiarios por IG. La música urbana, símbolo del hedonismo individualista, se sumaba por primera vez a una causa colectiva, y ahí estuvo el conejo malo para marcar territorio.

Bad Bunny lee el momento cuando declara su admiración por clásicos como Tito Lavoe, Willie Colón y Tego Calderón, demostrando que respeta raíces; cuando se rehúsa al inglés y pone a Drake a cantar en español como lo hizo en el single Mía -a contrapelo del camino de Shakira y Ricky Martin hace 20 años-, y cuando diversifica su presencia hacia la moda desafiando los conceptos de masculinidad. Así conquista públicos socialmente distintos, desde el popular hasta el acomodado, como lo han demostrados los shows en el Movistar Arena en 2018 y 2019, y el exitoso debut en el festival de Viña hace tres años.

Maneja la arrogancia propia del género pero sin la obviedad ni el costado polémico de otras figuras como J Balvin. Hay cierta vulnerabilidad y sentido lúdico que lo humaniza, aunque no elude la autoconfirmación propia de la estrella urbana, que recuerda la confianza que se tenía Muhammed Ali.

“Yo no hago cancione’”, advierte en Booker T. “Hago himnos pa’ que no caduquen”.

“Pero yo seré siempre”, profetiza en El Mundo es mío. “Ya me lo dijo Dios”.

La prueba del tiempo dirá si es así. Por ahora, reina.

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