Columna de Marcelo Contreras: La estrella y la causa
Parece justo que los grandes artistas asuman un lugar en el mapa político, mientras se da casi por descontado la inclinación hacia la izquierda. Por paradoja, el rango de tolerancia con la divergencia suele estrecharse si las opiniones de esas figuras no asumen formas incendiarias.
Estalla el conflicto en Colombia por una impopular medida del gobierno que perjudica a las clases trabajadoras. La revuelta toma las calles y la represión responde con decenas de muertos y casi un millar de heridos. Desde las tribunas de las redes sociales asalta el clamor por la demora de Shakira y J Balvin en manifestarse, la desconcertante reacción de Maluma apelando al arte como vía transformadora, y las fintas de Carlos Vives en pos del consenso.
La tradición de la estrella pop comprometida con grandes causas retrotrae a las encamadas de John Lennon en 1969, como protesta por la guerra de Vietnam. Algunos dirán Bob Dylan pero, en rigor, el ganador del Nobel nunca sostuvo una posición política explícita en torno a la acción estadounidense en contra del vietcong y el racismo en los 60. Mucho más categórico fue Víctor Jara con un arte abrazado a la reivindicación popular. Así también le cobraron la vida por exigir mejoras en canciones inmortales.
Parece justo que los grandes artistas asuman un lugar en el mapa político, mientras se da casi por descontado la inclinación hacia la izquierda. Por paradoja, el rango de tolerancia con la divergencia suele estrecharse si las opiniones de esas figuras no asumen formas incendiarias. En el caso colombiano, Maluma se manifestó junto a la mayoría en contra de la reforma tributaria, pero a la par calificó como “una cagada” el vandalismo. “No es la forma”, remató, y llovieron las críticas al autor de Cuatro babys, como si hubiera alguna cuenta de carácter social por cobrar a un artista definido por el individualismo y la cosificación femenina.
Luis Gnecco, votante confeso de Sebastián Piñera y ahora parte del comando del candidato Ignacio Briones de Evópoli, también fue a dar al paredón de las redes al confirmar su militancia en la derecha. Que haya ejercido la libertad de opinión da lo mismo. El problema con Gnecco en el griterío de las RRSS con réplica mediática -una andanada de tuits son noticia en los cánones reinantes-, es su cortocircuito con las sensibilidades habituales del gremio artístico. Imperdonable, casi exótico, que no sea de izquierda.
No debiera ser exigencia para artista alguno definirse políticamente de manera pública, y menos que esa postura sea sancionada cuando no comulga con la tradición del gremio. En el mediano y largo plazo las opiniones políticas de las estrellas no revisten más envergadura que otras, excepto el efervescente impacto mediático que pronto se disuelve. No son más sabios como rebosan pasión, un rasgo distintivo de quienes abrazan el arte y son creadores.
Alfredo Castro puso paños fríos al rol de los artistas en la contingencia a comienzos de este año, cuando reveló haber rechazado la oferta de postular a constituyente por el solo hecho de ser famoso. “Puede que sea ‘conocido’ (...), que piense sobre la realidad y la proyección de mi sector, pero eso no es suficiente”, argumentó, asumiendo que la condición artística no garantiza experticia extra en materias políticas. Supo declinar apartando el ego. Nunca es fácil para los profesionales que viven del aplauso y la adulación.
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