Columna de Marcelo Contreras: Retírate de una vez
Hay cierto chantaje emocional y franco aprovechamiento cuando los artistas siguen girando y cobrando a pesar de la pérdida de sus capacidades. Una casta parecida, los deportistas de alto rendimiento, están obligados a pasar a retiro cuando no pueden sostener el nivel.
No recordaba la letra de Helter Skelter, batalló y perdió entonando clásicos propios como Dr. Feelgood, hasta que al turno de Girls, girls, girls reconoció lo evidente: “Mi maldita voz se ha ido”. Así fue el triste regreso solista de Vince Neil de Mötley Crüe el pasado fin de semana. Mofletudo, lento y cansado, sin rastros del cantante platinado que corría de un lado al otro del escenario chillando y apretujado en spandex.
En tanto, se habla del “efecto Phil Collins” en Inglaterra tras el video viral de agosto último con dos adolescentes de Gary, Indiana, alucinando con el quiebre de batería de In the air tonight, que trajo de vuelta a los rankings el hit de 1981. Una investigación de la Universidad de Londres estableció un patrón de “muerte cultural seguida de resurrección cultural”, para describir la revalorización del cantante de Genesis tras caer en desgracia en los 90, cuando su omnipresencia entre premios Grammy y Oscar se hizo insufrible.
Es un ambiente prometedor para el regreso a las giras de la legendaria banda progresiva, planeado para noviembre. Sin embargo, a comienzos de año fue revelado un teaser con los ensayos. Imágenes y sonido espectaculares como siempre, pero Phil Collins ya no toca la batería producto de secuelas físicas irreparables y tampoco se le escucha cantar en el adelanto, sino que está semi postrado en medio del escenario, envejecido y disminuido. Al igual que Vince Neil, ni siquiera es un espejismo de quien fue, sino que clama atención apelando sin pudor alguno a la nostalgia mediatizada en un cuerpo marchito.
A veces el cariño de los fans lo perdona todo. Cuando Charly García presentó su último álbum Random (2017) en el Movistar Arena en 2019, la gente cantaba por él soslayando la voz trizada sin remedio. Lo mismo sucedió con las últimas visitas de Camilo Sesto. Sobraban retoques en el rostro como retrocedía su rango mientras el público se hacía cargo de los épicos estribillos. Un maquillaje colectivo. Aquí no ha pasado nada, todo sigue igual. Pero no fue así. Quien estaba al frente ya no era el de antes, sino una figura de imagen plástica y garganta raída.
El legendario Brian Wilson gira hace décadas en compañía de una abultada banda donde todos cantan mientras él apenas toca el teclado, severamente dañado por largos ciclos de reviente. En cambio Rush bajó la cortina apenas atisbaron que tras 40 años la capacidad física ya no era la misma para conciertos de tres horas, como un nonagenario Charles Aznavour seguía brindando sólidos shows hasta el último año de vida porque sus condiciones seguían intactas. El mínimo común en esos casos es la integridad y el respeto por la audiencia.
Hay cierto chantaje emocional y franco aprovechamiento cuando los artistas siguen girando y cobrando a pesar de la pérdida de sus capacidades. Una casta parecida, los deportistas de alto rendimiento, están obligados a pasar a retiro cuando no pueden sostener el nivel. Desde la música la moral debiera ser la misma, pero “el cariño del público” es el subterfugio para pasar el sombrero y hacer como si nada ha cambiado cuando, en rigor, el único espectáculo en oferta se llama decadencia.