Columna de Marcelo Sánchez: Niñez y crimen organizado
Las cuatro fiscalías regionales informaron en su cuenta pública de un aumento del 12% de homicidios para el periodo entre el 16 de noviembre de 2022 y el 15 de noviembre de 2023. De hecho, entre 2018 y 2022 el aumento es de un 26,4%. Paradójicamente un informe de la Consultora de Seguridad Espacio Libre repara que las muertes en las cárceles caen entre 2019 y 2022 en un 88%, fenómeno que debe observarse con detención ya que pareciera ser más un efecto de la organización penitenciaria de los grupos y mafias extorsivas que lucran con la protección de los internos vinculados al crimen organizado, que con las mejoras generales en los niveles de seguridad.
Lo anterior requiere de una profunda reflexión. Las cárceles anticipan las dinámicas delictivas que sucederán en el medio libre. Una persona que dedicó parte de su vida profesional a la reinserción intrapenitenciaria me señalaba, con gran acierto, el rol profético que ellas tienen de la sociedad que estamos construyendo. Bajo esta lógica, es muy relevante que el diseño de estrategias de seguridad contemple un estudio en profundidad de los comportamientos intrapenitenciarios, así como su impacto en el medio libre y la sostenibilidad de sus acciones a través del tiempo. Esto es relevante porque permite comprender los desafíos emergentes en materia de inserción social, pero también -evidentemente- avanzar en fracturar la capacidad de las organizaciones ligadas al crimen organizado. Y es que aquellas vinculadas a carteles internacionales definen estrategias que les permiten lograr la impunidad delictiva en sus áreas de operación: la más básica es la pérdida de cohesión social de las comunidades. Para ello limitan la presencia del Estado en distintos frentes, el acceso a servicios públicos, clases en los colegios, transporte, control de espacios comunes en barrios, como también en la capacidad de reacción de la policía. Asimismo, una estrategia clave para estos grupos es bloquear cualquier cooperación con la autoridad y para ello es fundamental reclutar a hijos, nietos y sobrinos en sus bandas criminales, seducidos por oportunidades que escasean, y también por la cultura del dominio o poder en el mundo narco, que normaliza a través de la música y otros símbolos la acción criminal. El resto opera aprovechando múltiples factores de riesgo presentes en el abandono del Estado, la exclusión educativa, el consumo de drogas, el acceso al mercado informal de armas. De esta forma comienzan y se consolidan trayectorias delictivas tempranas en niños y adolescentes que han crecido sostenidamente en los delitos más graves. Hoy uno de cada tres miembros de bandas delictivas dedicadas a portonazos y encerronas son niños y adolescentes.
Asimismo, la empresa de Urbanismo ATISBA dio a conocer un análisis territorial de los homicidios, donde se destaca que más del 70% de ellos ocurre en menos del 20% del territorio, lo que es indicativo del actuar focalizado del crimen organizado.
Por tanto, hacer frente al crimen organizado requiere inteligencia, oportunidad, capacidad y fuerza, pero sobre todo mirada de largo plazo, porque es evidente que si no enfrentamos el origen con prevención social temprana y de calidad, los hechos nos irán superando cada día más.
La buena noticia es que aún estamos a tiempo. Con un conjunto de políticas públicas de vivienda, entorno, prevención social temprana y seguridad, con herramientas acotadas en espacios definidos, pero entendiendo que se debe mirar la realidad en perspectiva, sujeto al dinamismo delictivo que muta y del cual podemos aprender mirando las cárceles (y haciéndonos cargo de su realidad).
Día a día la niñez paga los costos de la delincuencia: urge resolver las listas de espera en salud mental, las coberturas de programas ambulatorios en Mejor Niñez, la instalación de las oficinas locales con modelos, programas y potestad administrativa para proveer oferta con evidencia capaz de cambiar a tiempo trayectorias delictivas. Por aquí debemos partir, fortalecer a la familia, la escuela y la comunidad. No podemos seguir llegando tarde.
Por Marcelo Sánchez, gerente general de Fundación San Carlos de Maipo