Columna de María Cristina Silva: Atrevámonos a pedir
La imposibilidad (o al menos gran dificultad) para ponernos de acuerdo aparece en todos los planos de nuestra vida. Dos pueblos anhelan vivir en paz, sin embargo, terminan en un conflicto bélico; un porcentaje abrumador de ciudadanos chilenos votó por tener una nueva constitución y vamos en un segundo proceso con acusaciones cruzadas de falta de voluntad para llegar a acuerdos; queremos una solución al problema de las bajas pensiones y gobierno tras gobierno no se ha logrado sacar adelante la tan esperada reforma.
En nuestra vida cotidiana el desencuentro también es pan de cada día. Vemos desacuerdo en las relaciones de pareja, en las dinámicas padre- hijo, entre amistades y en la mayoría de los grupos humanos que integramos.
El conflicto es inherente a las relaciones humanas, de hecho, es necesario para que la relación logre crecer. El problema se da cuando nos quedamos instalados en el conflicto, creemos que estamos trabajando para solucionarlo y sin la disposición necesaria para hacerlo.
Entre los expertos que han estudiado el tema del conflicto destaca el trabajo del psicólogo estadounidense Marshall Rosenberg, quien creó el método de la Comunicación no violenta (CNV), un proceso de comunicación y mediación que ayuda a las personas a intercambiar la información necesaria para resolver conflictos y diferencias de un modo pacífico.
En su libro Comunicación no violenta: un lenguaje de vida Marshall Rosenberg explica que en su método el lenguaje ocupa un lugar fundamental. La CNV nos orienta para reestructurar nuestra forma de expresarnos y de escuchar a los demás. “En lugar de obedecer a reacciones habituales y automáticas, nuestras palabras se convierten en respuestas conscientes con una base firme en un registro de lo que percibimos, sentimos y deseamos. Nos ayuda a expresarnos con sinceridad y claridad, al mismo tiempo que prestamos una atención respetuosa y empática a los demás”.
El método de la CNV consiste en cuatro pasos muy sencillos. El primero es observar dejando de lado las evaluaciones sobre la situación en cuestión. Por ejemplo, reparo en que mi amiga me hizo una crítica delante de un grupo de desconocidos, pero no acompaño mentalmente esta observación de evaluaciones del tipo “es una pesada” o “fue muy imprudente”. El segundo paso es identificar y expresar el sentimiento que me produce el hecho observado, por ejemplo, “siento desilusión por los dichos de mi amiga” o “me siento triste por sus palabras”. El tercer paso es reconocer la necesidad que se me genera, como “necesito que repare el daño que me causó y que no lo repita”. Y el cuarto es hacer una petición, en este caso, orientada a que el otro enmiende la falta. “Por favor no me hagas más críticas delante de otras personas” o “por favor conversemos de tus dichos, necesito que repares el daño que me causaste” son posibles peticiones para nuestro ejemplo.
Hacer la petición es lo que más cuesta. De hecho, un reciente estudio sobre Actitud hacia la CNV realizado por investigadores de la Universidad del Desarrollo entre estudiantes de Educación Media Técnico Profesional demostró que la dimensión PETICIÓN es la más debilitada en términos actitudinales.
A nivel internacional, el modelo de la CNV se ha aplicado exitosamente en contextos muy distintos: establecimientos escolares, centros de salud, contextos penitenciarios y de intervención policial han sido escenarios de intervenciones fructíferas.
Tenemos una gran oportunidad en la enseñanza de la CNV. Si logramos que los niños y jóvenes sigan cada uno de estos simples pasos basados en la expresión y la escucha, estaremos dando un gran paso en la resolución de conflictos. Para lograrlo debemos poner especial atención en enseñarle a pedir de manera clara, respetuosa y empática.
María Cristina Silva, académica, Facultad de Comunicaciones. Universidad del Desarrollo.
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