Columna de María Cristina Silva: Tú, yo y una página en blanco
Enseñar a redactar es costoso. Requiere tiempo para idear con el aprendiz un plan de escritura y apoyarlo en el despliegue de su creatividad. Demanda asertividad y paciencia para señalarle lo que no se entiende, lo que sería mejor cortar, lo que se podría profundizar, lo que quedaría más claro expresado de otra manera y lo que se podría conectar con otra cosa. Y más tiempo y más paciencia para pulir los múltiples errores de ortografía y sintaxis.
Ante la irrupción de la inteligencia artificial generativa de texto la tentación es grande. ¿Y si no nos desgastamos en enseñar a redactar bien, sino que destinamos ese tiempo y recursos a fortalecer otros saberes y competencias? Algunos lo han dicho así de claro: es una estupidez seguir sufriendo por las dificultades de escritura de nuestros niños y jóvenes, si tenemos la solución a la mano. Si necesitamos un buen texto, basta con que sepamos dar una buena instrucción. Es suficiente con la “ingeniería del prompt”. Adiós a los cursos de redacción, a los manuales de escritura, a las tutorías individuales y al repaso de normas ortográficas. Hasta la vista.
Si bien la IA generativa puede ser muy útil para muchos aspectos del proceso de aprendizaje y estamos totalmente a favor de su uso responsable, creemos que hay que ser muy cautelosos con la tentación de “delegarle” la escritura de los estudiantes. De hecho, por aquí estamos en la vereda opuesta: destinando cada día más horas a apoyar a jóvenes en la elaboración de sus textos. Esta es una labor esencial en el mundo de la educación, que beneficia profundamente al aprendiz y, a su vez, retribuye al maestro.
Sentarse frente a otro para leer su escrito y ofrecerle ayuda para mejorarlo es un acto que conlleva belleza. Independiente de la naturaleza del texto -un ensayo, carta, reportaje, informe o tesina- supone la confianza y entrega del redactor y la generosidad y apertura del maestro/corrector. Implica detenerse a calibrar un producto intelectual, por muy modesto o inicial que este sea. Implica, sobre todo, acceder a un fragmento del yo que se tiene al frente.
Para el aprendiz, la ganancia es inestimable. Además de adquirir una competencia clave para sus relaciones interpersonales y laborales, gana la interacción con un tutor que se aboca completamente a ayudarlo a poner en palabras sus pensamientos y reflexiones. Gana tiempo valioso con un otro cualificado y va desarrollando su propio pensamiento crítico con la ayuda de este. Percibe que sus creaciones son importantes.
El maestro (profesor, tutor, padre u otro) también recibe su recompensa. Independientemente de la naturaleza del escrito al que se enfrente, accede a visiones, percepciones y genialidades de un joven que de otra manera no serían accesibles para él. Y si la instancia es presencial, la ganancia es aún mayor. Los aprendices suelen expresar su agradecimiento y eso es maravilloso para quien está en el rol de enseñar.
¿Cómo vamos a renunciar a ello? ¿Cómo no vamos a seguir trabajando por que nuestros jóvenes escriban? ¿Cómo no darles las herramientas para que más adelante puedan escuchar su propia voz del pasado plasmada en un escrito? ¿Cómo no orientarlos para que puedan manifestar sus sentimientos en una carta para alguien significativo? ¿Cómo no facilitarles que dominen esta vía de expresión que ayuda a sanar heridas?
Definitivamente no podemos renunciar a ello. Tenemos que apoyarlos para que sepan plasmar algo tan frágil como sus palabras y pensamientos. Tenemos que facilitar este camino para el flujo de la creatividad.
La reconocida escritora española Irene Vallejo reparó en un sentido monólogo disponible en YouTube que, a la hora de hablar de escritura, es frecuente el uso de términos propios de la cocina o la costura. En relación a esta última, tenemos incorporados conceptos como el nudo de la historia, desenlace de la narración, hilo del relato o urdir la trama. De la cocina hemos tomado el tener un texto en la puerta del horno y condimentar o sazonar una trama escena o personaje.
Cocina y costura, actividades que se han transmitido de generación en generación y que implican traspasar calidez y quietud. Implican renunciar a la inmediatez y regalar tiempo. Implican humanidad. Tenemos la posibilidad de seguir haciéndolo con la escritura también, no la dejemos pasar.
María Cristina Silva M., Centro de Escritura, Facultad de Comunicaciones, Universidad del Desarrollo.
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