Columna de María de los Ángeles Fernández: Condenas farisaicas
El reciente intento de asalto a la democracia brasileña a través de la ocupación de las sedes del Congreso, el Tribunal Supremo y el Palacio Presidencial de Planalto, los principales poderes del Estado, de igual forma que el que afectó a la estadounidense hace dos años cuando una turba invadió su Capitolio, ha merecido la reprobación de los principales líderes mundiales.
Más de alguien abrigará una secreta esperanza frente a la rapidez, contundencia y transversalidad de dicha repulsa: que, ojalá, no se siga expandiendo el rechazo a los resultados de las urnas.
Para quien parece que no será así es para la escritora Anne Applebaum, quien advierte una nueva y peligrosa forma de contagio. Para ella, así como las revoluciones democráticas generaron en su momento un efecto imitativo, una senda parecida podrían seguir las revoluciones antidemocráticas.
En mi caso, haber dedicado los últimos años a estudiar las variadas formas a través de las cuales se debilita la democracia, motivada por la experiencia vivida por mi país de nacimiento, Venezuela, me obliga a compartir su escepticismo. Tan insólito como evidente resulta el contraste entre las rimbombantes declaraciones de algunos mandatarios hacia afuera y el desmantelamiento de la democracia que efectúan desde adentro.
Ejemplo concreto de ello lo vemos en México. Andrés Manuel López Obrador (AMLO), mientras se refiere al asalto como “reprobable y antidemocrático intento golpista de los conservadores de Brasil azuzados por la cúpula del poder oligárquico, sus voces y fanáticos”, no desiste de su empeño en una reforma electoral que, con una obsesión especial puesta en el Instituto Nacional Electoral (INE), socavará la democracia de ese país.
España está exhibiendo otro caso de manual. Pedro Sánchez, a través de su cuenta de Twitter, se apuró en expresar su apoyo al Presidente Lula haciendo “un llamamiento al retorno a la normalidad democrática”. Su reacción se produce en momentos en que, para contentar las demandas de los independentistas con reformas a la carta de los delitos de sedición (reducido a “desórdenes públicos agravados”) y de malversación, profundiza una ruta sostenida de degradación de las instituciones diagnosticada por el Primer Informe sobre el Estado de Derecho en España (2018-2021), publicado por la Fundación Hay Derecho.
Los procesos de elaboración constitucional han permitido mostrar cómo se abren ocasiones propicias para la voracidad iliberal. Los chilenos supieron frenarla a tiempo en el plebiscito de salida del pasado 4S.
Las situaciones mostradas, que no son únicas, sirven como alerta para apreciar que los caminos de la erosión democrática pueden ser tan aparatosos e histriónicos como lo que acaba de vivir el pueblo brasileño, como también sibilinos, arteros y sinuosos.
Por María de los Ángeles Fernández, doctora en Ciencia Política