Columna de María José Naudon: ¿Cuestión de principios?
El reciente acuerdo en materia de pensiones ha expuesto con crudeza las tensiones entre las derechas chilenas. Las declaraciones del diputado Luis Sánchez, quien sostuvo que “los únicos que nos mantenemos en la misma posición, en total coherencia y transparencia, somos los Republicanos”, se sumaron al coro de acusadores que tildaron de acuerdistas, traidores y cobardes a Chile Vamos. Estas diferencias reflejan dos maneras de entender la acción política: una que se aferra intransigentemente a los principios, y otra que, sin abandonar sus convicciones, entiende que defenderlos exige protegerlos de una rigidez que los debilita e incluso los desvirtúa. La primera, aspira a alcanzar mayorías para imponer su visión sin concesiones y la segunda aspira a gobernar, desde sus principios, pero reconociendo que la acción política exige adaptaciones y pragmatismos que permitan aunar voluntades más allá del propio sector. La diferencia, entonces, más que de principios es de objetivos.
El Partido Republicano ha optado por la primera vía apelando a la “coherencia” y “autenticidad”. Este enfoque le permite movilizar una base fiel, que ve en la defensa inquebrantable de ciertos valores una forma de resistencia frente a una hegemonía cultural que percibe sin contrapeso. En este esquema el “testimonio” resulta fundamental. Más que una postura política, esta actitud se presenta como una reafirmación de identidad. Esto implica que el partido no prioriza los argumentos o propuestas, sino se afirma en transmitir un mensaje que interpele directamente a las creencias de su electorado. En este sentido, Republicanos “se debe a su público” lo que implica, consciente o inconscientemente, una renuncia a la vocación de conducción y mediación que caracteriza a la política y que termina, inevitablemente, en inmovilismo. Por otra parte, abre el riesgo de la aparición, por la derecha, de otros aún más “fieles”.
Sin embargo, este enfoque tiene ventajas estratégicas. Al apelar a valores “no negociables”, el Partido Republicano consigue simplificar los términos del debate político, presentándose como un faro de claridad. Frente a esta dinámica, es tentador no solo subir la apuesta, sino tergiversar el lenguaje y llamar mentira a la discrepancia. Pero, como dice el antiguo refrán, “la ambición rompe el saco”. No hay mejor ejemplo que el segundo proceso constituyente.
Lo anterior no supone despreciar la relevancia del fenómeno. Por el contrario, es imprescindible abordar preguntas incómodas. ¿Por qué algunos votantes han encontrado en Republicanos un refugio? ¿Qué errores estratégicos han permitido que esa fuga ocurra? Además, ¿cómo confrontar un relato que se alimenta de la polarización y la provocación sin quedar atrapados en su misma lógica? Y, lo más importante, ¿cómo convertir esta tensión en un motor capaz de ofrecer un proyecto político sólido y de largo plazo, y no limitarse a reaccionar?
El equilibrio entre coherencia y pragmatismo es, sin duda, complicado. Sin embargo, lo que resulta claro es que, al no ser una cuestión de principios, sino de objetivos, a muchas de las “ideas republicanas” les va mejor cuando son otros los que las promueven. La rigidez con la que las defienden, lejos de fortalecerlas, las convierten en caricaturas.
Por María José Naudon, abogada
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