Columna de María José Naudon: Un matón de barrio con traje de abogado
En lugar de proteger los intereses de su cliente, Juan Pablo Hermosilla parece empeñado en convertir el caso en un escenario para su propio protagonismo. Es de esperar que su actuar deje de copar portadas y pase al segundo plano que merece.
En el ámbito público Juan Pablo Hermosilla se presenta con una seguridad que roza la arrogancia. Más que un abogado dedicado a los intereses de su cliente, su figura proyecta la de alguien que asume el papel de juez y verdugo de sus adversarios; un César romano que decide el destino de otros con solo bajar o levantar el pulgar.
La defensa, en este caso, parece una excusa, un escenario donde Hermosilla actúa decidido a imponer sus propias reglas, manejando la información de manera selectiva y a su conveniencia. Esta actitud, lejos de ser una contribución a la justicia, refleja una inocultable sed de poder. Su comportamiento se asemeja mucho al de un “matón de barrio” que intenta intimidar, imponer su versión y manipular la percepción pública a través de una retórica grandilocuente que no aporta claridad ni justicia.
El abogado, luego de haberlo anunciado, con teatral anticipación, decidió entregar una nómina de fiscales, jueces y ministros que mantuvieron algún tipo de contacto con su hermano. Sin embargo, esta lista carece de pruebas o detalles específicos sobre el contexto de las conversaciones. Así, Hermosilla pone a estas figuras bajo sospecha sin confirmar si realmente existió alguna conducta ilícita.
El último punto de prensa estuvo, como en ocasiones anteriores, meticulosamente diseñado. Desde el inicio, Hermosilla marcó la pauta de lo que sucedería, ofreciendo una estructura clara y generando expectación entre los presentes. Con su discurso, intentó revestir de nobleza una acción mezquina, culminando con la distribución de la lista de nombres en fotocopias para todos los presentes. Con una sonrisa, dejó claro que todos formaban parte de su juego.
Sus justificaciones también resultan poco creíbles. Pretender que estas acciones buscan poner fin a la exposición mediática de los últimos meses —marcada por filtraciones de documentos y chats— es, en sí mismo, paradójico. La contradicción se hace evidente en dos aspectos: primero, responde al espectáculo mediático con más show y exposición; segundo, alega carecer de la información necesaria o de la capacidad para procesarla adecuadamente, lo cual resulta, al menos, difícil de creer. A esto se suma la insólita estrategia de lanzar adelantos como si se tratara de una serie, insinuando que el próximo capítulo podría involucrar a políticos.
La ambigüedad de su acción ha generado una reacción generalizada de reproche. No es sorprendente que lo califiquen de charlatán, ni que el Colegio de Abogados, saliendo de su letargo, haya iniciado una investigación por una posible infracción al código de ética. Lo irónico es que, mientras Hermosilla critica la opacidad del sistema judicial, él mismo intenta revestir de transparencia el acto gratuito de dañar la reputación de 28 personas.
Observando lo anterior, cada vez resulta menos comprensible que esta sea una verdadera estrategia de defensa. En lugar de proteger los intereses de su cliente, Hermosilla parece empeñado en convertir el caso en un escenario para su propio protagonismo. Es de esperar que su actuar deje de copar portadas y pase al segundo plano que merece. Sus acusaciones sin fundamento han agotado la paciencia; ha llegado el momento de dejar de lado sus maniobras y exigir responsabilidad, enfocando la discusión en hechos concretos y en una búsqueda de justicia clara y objetiva.
Por María José Naudon, decana de la Escuela de Gobierno de la UAI.
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