Columna de María José Naudon: Violencia e infancia, un tema de todos

niños y violencia

Los adultos deben examinar sus propias formas de violencia, comprendiendo que esta no se limita a los actos físicos o al lenguaje directo, sino también se expresa en otras formas de interacción que se instalan como modelos nefastos para las generaciones venideras. La política debería tener esto a la vista.



En el complejo entramado de la sociedad contemporánea, donde las diferencias parecen dividir más que unir, la infancia emerge como un terreno fértil para la búsqueda de unidad. Este período crucial de la vida humana presenta enormes desafíos entre los cuales destacan la educación y los efectos de la violencia; esto sin contar que tendremos menos niños con las enormes consecuencias que esto tiene. Pero ¿qué implicaciones tienen estas variables y cómo afectan realmente el desarrollo infantil?

La exposición de los niños a la violencia, un fenómeno común en muchas partes del mundo, plantea interrogantes sobre el bienestar de las generaciones venideras. Con aproximadamente 300 millones de niños menores de 5 años expuestos a la violencia comunitaria en países de ingresos bajos y medios, resulta urgente abordar este problema.

La violencia no solo deja cicatrices en el tejido social, sino que también impacta directamente en el desarrollo infantil. Investigaciones han demostrado que las experiencias tempranas modelan el bienestar, la educación y el comportamiento a lo largo de la vida. El impacto en el desarrollo del lenguaje, una herramienta crucial para la comunicación y el aprendizaje, es especialmente preocupante. La exposición a la violencia puede afectarlo e influir en otras áreas del crecimiento infantil, como la gestión emocional y el rendimiento académico. Es fundamental comprender cómo estos factores se entrelazan y afectan el futuro de nuestras generaciones jóvenes.

En este contexto, el estudio desarrollado por Alejandra Abufhele en Chile, adquiere una relevancia especial. A través de la Encuesta Longitudinal de Primera Infancia (ELPI), se examina el efecto de los homicidios en el desarrollo del lenguaje de los niños, así como el papel crucial de la eficacia y satisfacción maternas en mitigar los efectos negativos de la violencia comunitaria. Este enfoque no solo proporciona una comprensión más profunda de los desafíos que enfrentan los niños en entornos violentos, sino que también destaca la importancia de los factores protectores, como el apoyo familiar, en su desarrollo.

Observando estos resultados resulta evidente que la violencia debe ser enfrentada de manera integral en todos los aspectos de la vida. La violencia no existe en un vacío, sino que está entrelazada con otros aspectos cotidianos. En este sentido, es fundamental que las políticas y programas dirigidos a combatir la violencia aborden no solo sus manifestaciones más evidentes, sino también sus raíces subyacentes. Esto incluye la promoción de entornos familiares seguros y de apoyo, la provisión de servicios de salud mental y emocional accesibles, y la implementación de estrategias de prevención basadas en la comunidad.

Pero más allá de lo anterior, los adultos deben examinar sus propias formas de violencia, comprendiendo que esta no se limita a los actos físicos o al lenguaje directo, sino también se expresa en otras formas de interacción que se instalan como modelos nefastos para las generaciones venideras. La política debería tener esto a la vista.

Por María José Naudon, Decana de la Escuela de Gobierno de la UAI.